Eso parecen decir algunos estamentos del Gobierno del señor Zapatero que debe estar hasta la coronilla de las «ayudas» que le prestan, haciendo más oportuno que nunca el dicho de «con amigos así, ¿para qué quiero yo enemigos?».
Nos explicamos: en medio de una crisis a la que, por no colaborar todo el mundo, o por no conseguir que todo el mundo colabore como han hecho en otros países, o no saber hacer lo que han hecho en otros países, nos toca apretarnos el cinturón, que es lo que nos dicen nuestros gobernantes… aunque se podían haber ahorrado decirlo, porque esas bajadas o congelaciones las notamos todos, en especial las clases trabajadoras y los jubilados que vemos cómo nos congelan y disminuyen sueldos o pensiones, mientras nos suben la luz, el gas, el transporte y otras cosas imprescindibles para sobrevivir. O vemos cómo ayudan, con el dinero de todos, a los bancos a que mantengan sus beneficios, cobrando, a los que ponemos el dinero, intereses que rayan en la usura… cuando lo dan, lo que recordamos dio lugar al nacimiento de las hoy, en algunos casos (por fortuna tenemos ejemplos muy próximo en que no es así), irreconocibles cajas de ahorros.
Naturalmente, a los primeros que tienen que molestar tales medidas es a quienes las dictan, porque son impopulares y pueden pagarse con lo que más les duele, los votos. Pero dando por sentado que –nos imaginamos– son imposibles de soslayar, a quienes tienen que dar esas noticias no les acompañan subordinados, colegas o lo que sea. Y tenemos un ejemplo que ha escandalizado a toda España, en el caso de «los traductores del Senado». Ya saben, los políticos que representan a las autonomías catalana, vasca, gallega o valenciana, se han empañado en hablar en sus lenguas, lo que obliga a contratar un sistema de traductores de tales lenguas al castellano de todos los españoles, lo que sería pasable, si no fuera porque eso cuesta a todos los españoles –no a los que usan de tales lenguas– 350.000 euros, que es un 1.700 por ciento más de lo que se presupuestó para lo mismo el año pasado. Sólo en el Senado. La cosa es tan de chiste como que, para oír a su colega de partido Montilla –el casi paisano presidente de la Generalidad– el presidente del Gobierno de España tenga que usar uno de ésos que llaman «pinganillos». No nos dirán que no es para reírse, por más que el señor Zapatero haya evitado la foto que sería el hazmerreír de todo el mundo.
De siempre hemos defendido las lenguas propias de cada región pero en un organismo NACIONAL, como las Cortes o el Senado, debería ser obligatorio el empleo del castellano que todos saben hablar, y dejen su propia lengua para sus senados y cortes propias, o paguen los traductores de sus honorables bolsillos y no con el dinero que quitan a los sueldo y pensiones del resto de los españoles.
Claro que habría una cosa mejor todavía: que hablen como quieran y no les escuche nadie, hasta que les entre en la mollera algo más que esas estupideces que no son gratis, ni mucho menos. Total, ¡para lo que dicen…!