Hay veces que los premios institucionales generan dudas porque parecen otorgados al azar sin valorar con rigor y detenimiento los méritos que acompañan a los premiados. Otras crean un ambiente de relleno porque hay que entregar un número determinado y, no pocas veces, recaen en personas afines o muy cercanas a quienes tienen la potestad de concederlos. Pero cuando se premia al margen de enchufismos, de peticiones vehementes y casi obligadas, de amiguismos que hay que contentar, y encima son del agrado de la mayoría es una satisfacción grande y un justo reconocimiento a la labor de quienes los reciben.
La Jarra de Azucenas que este año se entrega a Prolibertas es cosa bien pensada y justa. Esos chicos, trabajadores sociales y voluntarios han tejido una red solidaria y fuerte donde nadie se siente excluido. Trabajan con una constancia admirable y en tono de voz tan bajo que es el silencio quien se encarga de hablar de ellos. Un silencio que apenas traspasa los fuertes muros para acceder al exterior de la casa, y cuando ocurre, como el día de jornadas de puertas abiertas, es para hacer partícipe a la ciudadanía antequerana que es posible hacer el bien con un poco de tiempo, de manera coordinada y siempre pensando que tiene utilidad. Las personas más desfavorecidas encuentran un hogar donde el calor humano supera con creces a cualquier comodidad y un trato igualitario no sólo hace un ambiente agradable, es acogedor, atrapa.
Me alegro por estos trinitarios que teniendo la posibilidad de haber disfrutado de una vida relajada, cómoda y atractiva, se entregan sin descanso a una labor llena de amor y justicia donde encuentran sus verdaderas razones de fe y paz. Estos premios también huelen a libertad. En un mundo tan condicionado, estos huecos se llenan de aire limpio donde todavía es posible respirar.