Eso es lo que se extrae de los partidos políticos que aumentan su euforia a medida que avanza la campaña electoral. Y llevan razón, los únicos perdedores somos los ciudadanos que no tenemos voz y el voto se ha demostrado insuficiente para protegernos de tanta demagogia y atropellos que nos impone una política insufrible y avasalladora que su mayor objetivo se ha convertido en preservar los cargos públicos a perpetuidad. Nadie admite dejar su puesto para que se ventile y otros aires frescos circulen menos viciados y quizás más placenteros que permitan respirar con un poco de alivio. Nos andamos asfixiando en el mareo continuo y constante de quienes se niegan a admitir que su opción ya está trasnochada, que ha cumplido su papel, con mayor o menor logro, y ahora aprieta como unos zapatos recién estrenados que no nos está permitido descalzar.
«Escobita nueva barre bien» éste es un dicho muy antiguo que se ha mostrado siempre eficiente. Y urge la hora de encontrar algo distinto que barra tanto paro, tantos recortes, tanto malestar y, sobre todo, tanto pesimismo. Tenemos la sensación de que las cosas cada día van a peor. Nos apena darnos cuenta de lo poco que somos, a juzgar por la prepotencia y el distanciamiento que nos imponen los políticos. Copan toda la calle como si les perteneciera sólo a ellos, en exclusiva, porque son los que mandan, y mucho cuidado con el día que dejen de hacerlo. No perdonan. Aún así, desearía para esta ciudad preciosa y dinámica que crece a ritmo de sueños y esperanza, que tuviera una nueva oportunidad de que alguien la quisiera y la mimara como se merece, sin tantas rosas que a veces sus espinas son muy crueles, sólo pensando en ella y deseando para todos sus habitantes que sean felices, eso sería creer en la democracia que en estos momentos resulta bastante confuso.