Son actividades de la mente que nos ayudan a comprender y mantener nuestras raíces. Desde hace muchos lustros el ser humano ha tenido por costumbre reunirse en torno a una buena mesa y una vez saciada nuestra primitiva voracidad, cuando nuestro estómago ya sólo nos pide aflojar los posibles rincones gaseosos que hayamos podido acumular por nuestra prehistórica glotonería, lo que más nos ha complacido, con omisión de dar suelta a los molestos gases aludidos, es contar las historietas, fábulas o cuentos que a tenor de nuestras necesidades físicas nunca deberían pasar de moda. Contaba un prestigioso cardiólogo que una buena conversación es uno de los mejores remedios para mejorar nuestras afecciones cardíacas.
Ahora que nuestras actividades ciclistas están algo amodorradas, aprovecharé para citarles algunas consejos que a la mente me acuden y que con buen gusto les citaré para complacencia de los cultos seguidores de esta soleada página.
En Betábara, casa vecinal a la cual debo grande confianza, ocurrió en concreta noche del mes de diciembre en la cual y tras espaciosa cena, Tirías y Trifana, se afanaban por meter en la cama a sus dos retoños, Doeg que por esas fechas contaba los diez años y su hermana Isacar que en el pasado verano había cumplido seis.
Tirías se jactaba de ser una persona a la cual gustábale mantener las costumbres e ilusiones tan al uso por esas fechas. Una de ellas consistía en ver quién de sus dos hijos, Doeg o Isacar, sería el primero en descubrir, colgados de la cálida chimenea, dos pares de medias de lana llenas de manjares y exquisiteces que mágicamente aparecían en los inicios del invierno y que hacían las delicias de sus hijos.
Tirías recordaba aquella noche como una de las más tempestuosas del inminente invierno, temeroso de que se extinguiese el fuego, que sosegadamente calentaba el hogar, se levantó y tomando un nuevo leño lo acercó al hogar. Pero hete aquí que cuando fue a depositarlo en el fuego, con el esfuerzo, (se trataba de un pesado leño de encina), una cierta cantidad de gas proveniente de uno de los recodos intestinales saturados por la cuantiosa cena, con personal y propio criterio, decidió buscar salida sin la debida autorización de Tirías. Hecho éste, una vez involuntariamente producido llevó a nuestro personaje a un grande alivio y satisfacción, motivo por el cual y tras finalizar el avivamiento del fuego, una vez comprobado que nadie aún hubiera depositado nada en la chimenea, emprendió rápido regreso a su tálamo, sin advertir por la presteza de lo sucedido, que además del fatigoso gas había salido al exterior yendo a parar a zona cercana, algo de materia sólida.
El hecho no hubiera tenido trascendencia si la pequeña pero inoportuna porción de materia sólida que a modo de proyectil había sido arrastrada y excretada sin intencionalidad alguna, no hubiese tenido redondeada forma a modo de pequeño producto derramado al completar el contenido de los exuberantes calcetines que una vez más mágicamente aparecieron colgados de la chimenea.
Doeg, que fue el primero en constatar la consumación una vez más de la prodigiosa magia, observando los atiborrados adornos que pendían del chaflán de la chimenea, no pasó por alto un redondito, tierno y llamativo objeto que, ubicado en el suelo, fijó su atención y haciendo caso omiso de los consejos de Isacar, su hermana más pequeña, lo tomó entre sus pequeños dedos. La textura, color y forma habían llevado al ingenuo Doeg a pensar en su deglución, el olfato le aconsejó desistir y las muecas y aspavientos llevaron a su hermana Isacar a reír con tal difusión que terminaron despertando a toda la familia.