Lo dijo el Papa en 2007 cuando se destapó lo de los bonos basura: la crisis tiene que ver con la codicia. No dijo más. Pero la izquierda utópica, al ver que colapsaban bancos americanos cual torres gemelas, profetizó –por enésima vez– el fracaso del capitalismo y la refundación de «otro modelo». Es decir: ¡la vuelta al sueño de la inocencia recuperada…una vez arrancada la cizaña! Porque eso de querer quitar de raíz la mala hierba es tentación beatífica a la que los discípulos de Cristo se ofrecieron voluntarios en su día; pero éste les paró los pies prefiriendo la libertad –y sus riesgos–.
Parte de la izquierda tolera los egoísmos del mercado mientras quedan vacas gordas; en cambio, cuando no hay un duro adopta un aire populista, made in Argentina, en plan Isabel Gemio. No acaba de entender que al político no se le paga para que quite los pecados del mundo, sino sólo para que racionalice la ambición –la codicia, si se quiere– que es el motor de la economía como todo el mundo sabe.
Y hay un aspecto en el que es especialmente sangrante no haberlo hecho: en el precio de la vivienda y el drama del desahucio. Si la Ley Hipotecaria hubiera previsto algo parecido a la dación en pago, aún conociendo los inconvenientes –menor el importe financiado y el plazo, mayor el interés–; al tratarse de, las llaves o el piso, el analista de riesgo o el tasador hubieran estado más finos, y el ahorrador más hormiguita. Y lo que es más importante ¡no hubiéramos tenido la burbuja! Pero aquí la gente se puso la soga al cuello para pagar por un pisillo el doble de lo que vale ahora, y seguirán pagándolo aunque les echen a la calle. ¿Habrá disparate mayor? ¡Y tendremos que recapitalizar a los bancos que captaron a toda esa carne de cañón!
Todo lo que sube baja: es el axioma más tonto del mercado. Pero políticos y banqueros, en lugar de racionalizar el cachondeo, mientras duró no hicieron más que echarle leña al fuego y comerse el manso. «Ni olvido ni perdono» dicen las víctimas. Pues eso.