Hay que abatir, romper, dejar atrás todo el entramado de la comodidad. El sedentarismo, el «sillónbol». El precio que hemos de pagar por él, sus consecuencias, la cantidad de objetos que a diario, nos han dicho hasta el hartazgo, que hemos de necesitar para conseguir alcanzar un significativo puesto en la sociedad, para vivir con la correspondiente exornación y pomposidad de tal manera y modo que consigamos despuntar por encima del resto de nuestros congéneres. Todo ello les digo, está propiciando que nos olvidemos de lo más esencial, esto es: pensar, deducir, conjeturar… ¡Vivir!
Estar vivo significa acción, movimiento, presteza, todo ello con una principal finalidad, obtener las mejores constantes vitales para poder seguir viviendo y disfrutando de nuestro entorno. El ser humano desde tiempos antiquísimos supo buscar el alimento que habría de necesitar para desarrollar sus actividades motoras, para mantenerse sano y activo, en todo el entorno rural donde siempre convivió en concordia con el medio ambiente.
Las llamadas civilizaciones modernas, a mi entender, en lugar de buscar, el encaminar sus pasos en pos de unas mejores formas de vida para el ser humano, han derivado en unas perniciosas formas de configurar la sociedad y la convivencia humana, de tal manera que estamos desnaturalizando nuestro entorno y por ende nuestras propias garantías de alcanzar la madurez con la debida salud y felicidad, tan necesarias para mantenernos vivos.
Días atrás pedaleábamos por un camino que habría de llevarnos desde la pedanía de la Higuera, hasta Los Navazos. ¡Mirad qué buenos chumbos, tienen esas chumberas!, comentaba un ciclista. ¡Qué dulces y sabrosos han de ser! Sí. Le contesté yo. Esas chumberas que han crecido entre piedras y sin más agua que la escasa llovediza, son las que mejores chumbos nos ofrecen. ¡Ja…! Pero… y las espinas –me respondía–. ¿Tú sabes lo difícil, complicado y molesto que es coger esos chumbos y luego pelarlos?
Sí, lo sé.
Y aquí les dejo constancia, pues días atrás y tras ver saciados en casa los deseos de comerlos al natural, recolectados y pelados personalmente, por supuesto, si no, es que no saben lo mismo. Decidía con los sobrantes, prepararme una deliciosa mermelada de chumbo. Delicioso y vitamínico alimento que a buen seguro estará disponible para satisfacer mis necesidades energéticas en los más fríos días del venidero invierno.
Para ello, además de «pelear» con las crispantes espinas, necesité: primero, unos 450 gramos de azúcar por cada kilo de chumbos triturados en pasapurés. Segundo, el zumo de un limón; tercero, calentarlos hasta su hervor, manteniéndolos así a fuego lento, removiendo con una cuchara de palo, durante una media hora. Cuarto, depositarlos acto seguido en sus debidos tarros dejándolos enfriar. Quinto, cerrar los mismos y calentar al baño maría durante unos veinte minutos. Se pueden almacenar en despensa y una vez abiertos para su consumo conservar en nevera.
Único inconveniente, me perdí esa tarde la retransmisión de la etapa donde Contador sentenció la Vuelta en la llegada a Fuente Dé. Pero aprendía una cosa más… y además gracias a ello se la puedo contar.