El calendario nos señala unas fechas y el corazón piensa en el día a día. Ninguno de los dos se equivoca, así es posible soñar fuera de su tiempo o momento, creer que los reyes vienen en cualquier época, incluso en verano, porque la magia de la ilusión no se deja encorsetar a capricho, vagabundea con libertad a merced del viento o el deseo, y se posa caprichosa y mimada en cualquier persona y en cualquier lugar. Seguro, que siempre tendremos capacidad de soñar, de amar, de emocionarnos, de llorar y de imaginarnos historias donde se puedan dejar las puertas abiertas a la solidaridad. En la exposición de Santa Clara se ve con claridad, se puede tener mayor o menor identificación con esos personajes futuristas y malvados, extraterrestres o fuera de la realidad, pero se cuenta contante y sonante el dinerito que gota a gota va a ayudar a muchos colectivos que realmente lo necesitan. La Navidad es emoción, es ponerte en el lugar de los más desfavorecidos, es creer firmemente que cada uno de nosotros tiene la obligación moral, ética, de construir, de formar parte de ese Belén viviente en que hemos convertido nuestra sociedad. El pesebre de la pobreza hay que tratar de aliviarlo y al Niño Dios consolarlo. No quiere ser el protagonista de esta Navidad, ni siquiera ser el rincón más iluminado de nuestros hogares. Se empeña, y nos empuja con una sonrisa a ser nuestro guía. Nos pide seguir el camino que aleje la injusticia, que allane la solidaridad, y que haga más llevadera la vida de los más desfavorecidos. A cambio, nos regala paz y conformidad con nuestros deseos, problemas, inquietudes e inseguridades. Casi nada. Esto sí que no es canjeable ni por la tarjeta de oro del El Corte Inglés. ¡Felices Fiestas!