¡Cuántas veces lo hemos comentado! Esto es… ¡No me gusta la manera de funcionar de éstas o aquellas cosas! El mundo, los seres humanos que lo poblamos, los pensamientos, las maneras de actuar, las formas de atajar o entrarle a los inconvenientes y problemas de convivencias y relaciones de individuos que configuramos la raza humana, no son siempre como nosotros pensamos que debieran ser.
La estructuración de las sociedades de humanos que poblamos el planeta Tierra, está regida por el pensamiento, los actos y las decisiones de los millones de personas que cada día nos levantamos intentado mejorar todo lo mejorable, que no es poco, aportando cada uno una millonésima forma de percepción acerca del cómo debería ser nuestro entorno social.
El contador de la población mundial está por estos días, según los informes que nos ofrece Internet superando los siete mil millones de personas, –7.061.113.857–.
Por tanto nuestro pensamiento y nuestra manera de ver las cosas supondrían escasamente una millonésima forma de este discernimiento global del entorno. Esto nos llevaría al compromiso, a la responsabilidad, al débito que tenemos para con nuestros conciudadanos de aprender, de percibir, de respetar e intentar comprender las opiniones y decisiones de los muchos millones de personas que muy posiblemente no estén, no actúen o simplemente no compartan la percepción personal que podamos tener de nuestras estructuras sociales.
Por el mes de julio de 2004, yo hacía referencia a las vacas gordas que podría estar disfrutando Lance Armstrong tras la conquista de su sexto Tour. Aún llegaría uno más, el séptimo, pero no el de caballería, aquel regimiento que fuera llevado al desastre por otro Armstrong, (Coronel, George Armstrong Custer) a pesar de ello Armstrong aún lo intentaría con ganas una vez más a la búsqueda de un octavo. Pero la magia de otro corredor crecido de entre sus gregarios, no lo permitiría. En artículo escrito en aquellas fechas y publicado en esta misma página yo subrayaba que se percibía una clara amistad de Lance, con el Doctor italiano, Michele Ferrari.
«La arrogancia y ser desafiante me perdieron», reconoció en entrevista publicada y conocida días atrás. «Era una práctica habitual» aludía el americano. «Entré en un mundo donde doparse era lo común», sin lugar a dudas unas declaraciones en la línea de querer o pretender dulcificar su error. «Si los demás lo hacían, por qué no habría de hacerlo yo».
«¡Nunca debes abandonar!» Frase que nos recordaba él en alusión a lo que su madre le inculcó desde sus más tiernos y difíciles años: hay que vencer a cualquier precio.
Cuando una persona realiza o acomete acciones poco comunes en su entorno social es llamado, observado o tenido como un bicho raro, un friki, –del inglés freak, extraño, extravagante, estrafalario– el americano de ojos azules no quiso serlo y actuó a tenor del dicho de: adonde fueres haz lo que vieres.
Al tomar nuestras decisiones no deberíamos sentirnos coaccionados por las maneras o costumbres del entorno social al que nos acerquemos. Un joven que se acerca a una de esas zonas denominadas con el nombre de una botella muy grande y no bebe de la «gigantesca» y común botella es un joven raro, un friki.
La Real Academia Española dio entrada a la palabra friki en el pasado 2012, en su tercera acepción la define como «persona que practica desmesurada y obsesivamente una afición». Sí; yo me podría calificar como un friki.