Muchos antequeranos recordarán uno de los últimos reductos de la Antequera industrial, que mantenía un gran número de puestos de trabajo, la Fundición de Luna. Situada en la “Carretera de Capuchinos” –hoy Avenida de La Legión–; sus talleres daban a la calle Pizarro, abarcando un gran solar, y de ellos salía un humo espeso y pegadizo, de característico olor, que invadía todos los alrededores y muchas calles.
A la hora de apertura o cierre, eran muchos los trabajadores que iban o volvían con sus monos azules, impregnados en ese olor producto de la fundición o de los materiales que se empleaban para hacer líquido el hierro o el acero que se empleaba para hacer los soberbios molinos o prensas de las fábricas de aceite, las farolas –en una céntrica plaza de Loja, por ejemplo, vimos una farola que luce un óvalo con la leyenda “Fundición de Luna, Antequera”–, en las tapas de los “registros” del agua, la electricidad o teléfonos de la ciudad, que también se empleaban en nuestras calles y que, igualmente, salían desde Antequera a muchos sitios.
La Fundición era, sin duda, un orgullo para la ciudad y una muestra del poderío industrial que distinguió Antequera en los siglos XIX y hasta la mitad larga del XX, y no era la única, pues creemos recordar que en calle San Bartolomé había otra parecida, de Manuel Alcaide, donde también se hacían muchas cosas, entre las que citaríamos las verjas de hierro que cerraban algunos edificios oficiales y particulares, los respaldos de hierro de los bancos del paseo…
Lamentablemente, esas fábricas que hacían de Antequera, junto a otras grandes industrias, un emporio industrial, complementando su riqueza agroganadera, se fueron perdiendo, por no encontrar los sucesores adecuados, por no poder resistir la competencia de otras industrias de fuera, más modernizadas, como pasó en otras ramas de nuestra economía, haciendo desaparecer sus empleos, y destinando sus solares a la edificación de bloques de viviendas, mientras farolas y registros de las calles, eran sustituidos por otros hechos fuera de nuestra Antequera.
El caso es que fue otra rama en que Antequera dejó de producir, para convertirse de productora-exportadora a consumidora de productos fabricados en otros sitios, haciendo perder muchos puestos de trabajo, pérdidas que se sumaban a las que originaron las desapariciones de las fábricas de mantas, de las de harina, de los curtidos y cueros, de las badanas, en una espiral de desindustrialización cuyos efectos aún perduran, originando una pérdida de la capacidad industrial, de creación de puestos de trabajo y, en una palabra, de riqueza, con el inconveniente que supondría tratar de recuperar alguna de esas industrias o fábricas, que hoy echamos tan de menos…
Otra importante consecuencia de estas pérdidas fue que, en lugar de atraer trabajadores de fuera, que se sumaban a los puestos generados en la ciudad, para las fábricas o a las industrias auxiliares que necesitaban, “sobraron” muchos puestos de trabajo que fueron otro de los motivos de la caída del número de habitantes de la ciudad.