Espejismos son los que muchas veces uno presiente ver en mitad de un desierto en el que te encuentras solo, perdido, buscando una senda por la cual continuar tu camino.
Pero son sólo eso, ilusiones que vienen a confundir nuestra alma de tal manera que el hombre no sabe qué pensar, qué decidir, cuál paso elegir para no terminar ahogado por las arenas movedizas de su corazón.
Sentirse perdido no es nada nuevo, así se sienten millones de personas en determinados momentos de sus vidas. El sol se apagó en sus mentes no dejándoles ver la luz en un túnel cerrado a la brillantez del mundo. En ese laberinto de pasiones nos encontramos cuando nada de lo que hasta ahora tenía sentido para nosotros se desvanece, oprimiendo el corazón, haciendo desaparecer las palabras con las que poder alzar la voz.
El silencio marca un día a día, donde tu libertad ha sido engullida por unos pocos que se creen con el derecho a pensar por ti, a actuar por ti, a decidir por ti. Cuando dejamos que todo deje de cobrar el sentido establecido y no encontramos ese resquicio por el que poder escapar y respirar, es cuando el hombre, deja de ser hombre para ser una mera marioneta en manos de todos.
Es necesario cortar los hilos, arrancar desde dentro ese dolor, esa espina que nos llevó a confundir la verdad con la superioridad, la rectitud con el avasallamiento, la justicia… ¡no sé dónde quedó la justicia!
Palabras de unos con la de otros, que nos convierten en protagonistas de la historia de Orwell donde el poder y la hegemonía de unos manda sobre la de otros.
Y me pregunto, ¿dónde residirá ese punto en el que nadie tenga que llevar la razón por encima de otro? ¿En qué lugar se encuentra la verdadera justicia?
Seguramente, cuando lo averigüe no estaré aquí para escribirlo. Ese momento llegará. Mientras tanto, continuaré por mi senda perdida, luchando en un desierto de dudas, donde algunos seres despiadados pretenden hundir mis convicciones apoyadas en una Cruz que me marca el camino y que trato de encontrar en la tiniebla.