jueves 21 noviembre 2024
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El uso y disfrute

Cuando escribo este artículo jueves día once, acaba de ver la luz un decreto de la Junta para dar vivienda a quienes se quedan en la calle por no poder pagar la suya propia. Hasta ahí, el tema es de lo más social que humanamente se puede encontrar en un mundo, tan desigual, global y de espaldas al caso concreto de un individuo, particular y anónimo.

En esta semana ha pasado a una vida estupenda, la dama de hierro, porque la que tenía era de ínfima calidad, llena de desmemoria y senilidad. Pues, esta señora en su momento puso las bases para que un millón de ingleses se hiciera con la propiedad de su vivienda. La medida le acarreó un millón más de votos, una popularidad sin precedentes, dado su carácter conservador, y se acallaron bastante las críticas a su gestión de privatizar muchas empresas estatales. Dice, quien creo que entiende bien del tema, que sentó las bases para la propiedad de la vivienda como algo inherente, en detrimento de alquileres mucho más asequibles. Es decir, de aquellas primeras polvaredas de posesión, junto a lo que ha llovido estos años por todos sitios, nos ha llevado al lodazal donde nos hundimos sin encontrar un punto de apoyo bajo nuestros pies.

Y, como todo decreto, entra rápido. Tiene unas condiciones quienes pueden beneficiarse de la puesta en marcha de la norma. A quien le guste bien, y a quien no también. Entre los requisitos me ha llamado poderosamente la atención uno de ellos. Ganar menos de 1.600 euros mensuales. Si esto es condición con otras y se tienen que cumplir conjuntamente, es posible que se pueda medio razonar, pero, en un país de mileuristas, todo el que no tenga casa, necesitará una. Ya se pueden poner las promotoras y los bancos a hacer cábalas con sus inventarios llenos a rebosar, y cómo van a compensar sus pérdidas gananciales. Los particulares que tengan un piso que vender, por ejemplo para pagar sucesiones a la Junta, que lo envuelva en papel de regalo y se lo mande por Seur, así tendrán otro que ofrecer a sus votantes o a los de Izquierda Unida. Pero que no se olviden que esta medida no tiene color político. Tiene color humano cuando es necesario, y en muchos casos la mala cabeza y el despilfarro nos acerca a las situaciones límite. Ada Colau, chilla mucho, pero va a solucionar poco.

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