Qué poca vergüenza tiene la gente. Últimamente vivo indignado con el mundo.
Qué poca vergüenza de besarse ahí delante de todos, qué poca vergüenza de esos que siguen viviendo sin importarle lo más mínimo que tú ya no estés conmigo, que te fueras de mi lado entre respuestas que nunca terminé de entender y preguntas que nunca acabé de realizar. Qué poca vergüenza de esas series americanas que continúan emitiendo sus capítulos de las nuevas temporadas sin pararse a pensar que si no vamos a seguir viéndolas juntos, no tienen sentido y para lo único que me sirven es para que me recuerden aún más que ya no estás y el dolor se haga más profundo, qué poca vergüenza los restaurantes a los que siempre íbamos juntos y siguen abriendo cada día como si nada, y por si fuera poco, incluso se atreven a seguir sirviendo tu plato favorito, ahí, sin importarle lo más mínimo que fuera yo el que te lo recomendara, ni que tú no pudieras evitar pedírtelo cada vez que íbamos, de lo que te encantaba.
Qué poca vergüenza los lugares a los que viajábamos, que siguen anunciándose y ofertando sus habitaciones sin llorarnos el duelo ni respetarnos, sin pensar que nunca volveremos a ellos.
La gente que sigue sonriendo, que continúa yendo al trabajo y a tomar un café como si nada, los trenes que siguen saliendo.
Qué poca vergüenza tiene el mundo, la vida que sigue.
Qué poca vergüenza tiene el sol, apareciendo cada día, sin tener un poquito de mano izquierda conmigo, sin consideración ninguna.