viernes 22 noviembre 2024
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Noche de Reyes, noche de la Ilusión

Ni Carnaval, ni la mismísima Feria, despiertan en los niños antequeranos la ilusión, los nervios y todo ese conjunto de sentimientos que la visita de los Reyes Magos origina en tantos hogares. 
 
Sin importar la edad, sin tener que ver que la familia sea más o menos modesta. Primero, verlos en la calle, en la Cabalgata, asustados y gozosos a un tiempo, nerviosos, al tenerles tan cerca, abrazados al padre que les tiene en brazos y, con la mirada, recordándoles lo que ponían en la carta, no sea que con tanta carta se hagan un lío… y es un gozo verles los ojos, asomando lagrimillas de emoción incontenible, agitando los brazos y tendiéndolos hacia Melchor, Gaspar o Baltasar –cuyo realismo, por cierto, le está haciendo ganar “partidarios” en los últimos años–, para enseguida refugiarse en los brazos del padre o de la madre, de los abuelos, si es que tienen la fortuna de que les acerquen a Sus Majestades…
 
La estampa, tiene el fondo sonoro de los gritos de otros niños, de las charangas o de las bandas, y la alegría y emoción de los familiares que tratan de alcanzar ese caramelo lanzado en lluvia desde la carroza, o cualquiera de los regalos que no son sino el preludio de lo que les aguarda luego, cuando lleguen a casa, y se vayan a acostar para dormirse más tarde que nunca, por mucho que aprieten los ojos, en un duerme-vela roto por cada ruido, por cada pisada que crean oír… y que, naturalmente, les despabila moviendo sus ojitos hacia el reloj que señala, lentísimas como nunca, mucho más que nunca, las horas… A media madrugada, por si “cuela”, el grito a los padres: “¿Mamá, vamos ya?”, para que el padre les responda, “No hijos, si todavía es madrugada”…
Por fin el cielo se ilumina con los primeros resplandores, y entonces, ni preguntas ni nada, correr desde su dormitorio al de los padres, meterse en su cama, y esperar a que ambos se levanten, les tomen de la mano y les lleven hasta la cristalera del balcón, cuyas cortinas, presentan unas formas abultadas, última barrera que les separa de ver su sueño cumplido. Levantar dicha cortina y, enseguida, la algarabía de descubrir paquetes y paquetes, todos envueltos para demorar más la espera y al fin… el juguete anhelado, el libro, el cuento, el móvil, la play station con su juego… 
 
La madre, siempre las madres, aprovechará para que compartan algo, con ese niño que vive enfrente y cuyas cortinas abultaban menos, o que piensen en los niños que no tienen tanta suerte, o que no tienen padres que les escriban a los Reyes… o que no van a tener el “roscón” que aguarda en el desayuno… En sus cabecitas, surgirá una duda: “Y por qué pasan estas cosas, por qué estas diferencias…”. 
 
Sin quererlo casi, se propondrán ayudar a los que no tienen tanta suerte, a los niños ésos protagonistas de la reflexión de la madre… ¡Ojalá!, pequeños, de mayores, ayudéis a que se acaben esas diferencias, esas injusticias, pero mientras, pensad en lo de compartir…
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