En su reciente conferencia, Miguel Ángel Fuentes Torres dijo (casi) todo lo que cabe decir de la Arquitectura de Antequera a través de sus marcas y símbolos. No faltó ni un escudo de armas, fachada de iglesia o, palaciega; o incluso ese ornamento original que suele pasar inadvertido al paseante. Todo lo que de monumental ha dejado el devenir histórico depositado en la Ciudad; en su Centro, naturalmente. Tanto es así que un oyente lamentó que la Arquitectura que se está haciendo en las zonas de expansión no va a proyectar hacia el futuro los rasgos de personalidad del Casco Histórico.
Al que suscribe, en cambio, lo que le llama poderosamente la atención es la discontinuidad de la memoria colectiva antequerana entre su pasado histórico y el prehistórico ¿Cómo es posible (perdóname, Miguel) que, tratándose de símbolos y marcas de identidad, el antequerano consciente de su pasado no se remita (¡aún!) a la venerable silueta de Viera y Menga recortándose ante el perfil de La Peña? Antes, este era el panorama que se veía nada más salir por la puerta de Granada.
A propósito de Granada: hace ahora un siglo estaba en marcha su obra de futuro, la Gran Vía. Una cicatriz en la trama urbana del pasado de nada menos que sesenta metros de ancho por casi novecientos de largo. Aquello no fue un gamonal, que se sepa, pero personalidades como Ángel Ganivet, Manuel Gómez-Moreno, Torres Balbás y otros se oponían a la desaparición de la vieja medina ¿Qué dirían hoy si supieran que la recuperación del icono del pasado antequerano por excelencia (¡candidato a la Unesco, a la Humanidad y, a todo eso!) no requiere mayor estropicio que la desaparición de una gasolinera? Y ¿qué dirán mañana los de la Unesco? ¿Y qué decimos nosotros? Pues aquí no se oye ni “mu”.