sábado 21 septiembre 2024
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La tragedia

Lo vivido recientemente en una familia antequerana es la imagen misma del horror.  ¿Cómo tendría que estar de desesperado el pobre hombre para terminar (¿habrá  que decir “presuntamente”?), con la vida de un hijo?      
          
Hoy día, sobre estas noticias, o se corre un tupido velo por pudor y respeto a la familia, o “se hace sangre” (se dice así) si cae en manos de prensa irresponsable. Pero en la antigua Grecia la gente iba al teatro a contemplar, en ciertas obras de tema análogo, el sufrimiento de personajes nobles enfrentados a conflictos pasionales que les conducían a un desenlace fatal. La tragedia clásica no pretendía, ni mucho menos, divertir al espectador, sino ponerle en situación de acompañar en el sentimiento a los personajes que sufrían tan duramente su destino. Este compartir el dramatismo de lo inevitable tenía un efecto emocional sobre el que lo contemplaba (catarsis, le llamaban) que le hacía más capaz de compadecer y de entenderse.
 
Los que han estudiado estos temas ven en la desesperación una especie de maleficio petrificante (ver el mito de Medusa) que congela el alma ante el muro de lo irremediable; ya que, no pudiendo ser por más tiempo asumido, se ve que va a tener que ser sufrido. Aún a costa de consumirse a sí misma.
En estos tiempos veloces en que las noticias se solapan, podría parecer mejor echarles tierra encima; pero puede uno pensar, como los antiguos griegos, que no hay catarsis ni empatía que valga sin ponerse en el lugar del otro. Así que vaya para esta familia mi más sentido pésame. Tanto más, cuanto que eso (la droga), que ha desencadenado el desenlace tan funesto nada tiene que ver con el “destino” clásico. ¿Cuánta de esa amapola, que en la Vega se recoge con cosechadora, hubiera bastado para mantener la adicción del hijo lejos de ese umbral de violencia? Esto será muy discutible; pero, ante el dolor, uno no está para matices.  
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