“Jesús va camino de Jerusalén –dice el evangelio– y le acompaña mucha gente”. Más de 30 veces habla san Lucas de las multitudes que se agolpan junto a Jesús. El pueblo lo rodea y él proclama las exigencias de ser su discípulo. No endulza la píldora, ya que afirma que el amor hacia Él ha de estar por encima del amor a la familia y a los bienes. Que sus discípulos han de cargar con su cruz y seguirle.
Y añade dos pequeñas comparaciones para aclarar las dudas que se presenten: “No seáis como el que quiere construir una torre sin calcular los gastos”. “Y tampoco seáis como el Rey que va a dar la batalla sin calcular los riesgos”. Al contrario, sed como los que no se precipitan y reflexionan sobre sus posibilidades: “Sed, al menos, como el Rey que manda delegados y condiciona la paz; o como el constructor, que cuenta primero cuánto tiene para edificar su obra”.
Y nos está diciendo que seamos coherentes, que nos fijemos en nuestras fuerzas y en la generosidad que nos falta. Por lo que no quiere que juguemos a las medias tintas, sino que comencemos siendo realistas y reconozcamos nuestras limitaciones.
Y es que seguirle a medias o hacer las cosas a medias engendra un raquitismo espiritual que imposibilita progresar en la vida de Fe. El novelista Kazantzaquis decía: “Todo procede de que se hacen las cosas a medias, y se dicen las cosas a medias, y se es bueno a medias. Por eso el mundo está tan emborrullado. ¡Haced bien las cosas, diablo! Un buen martillazo a cada clavo y la cosa está hecha. Dios odia diez veces más a un medio diablo que a un archibiablo”.
Por lo que es fundamental esforzarnos por ser verdaderos discípulos, aunque no demos la talla. No se trata de rebajar las exigencias, sino de actuar como el Rey o el constructor que miden sus posibilidades y mandan sus condiciones. Entonces, ante nuestras pequeñez y limitaciones, presentemos nuestras limitaciones, pues no somos como él quiere. Y digámoselo:
– Señor, quisiera seguirte como buen discípulo, quisiera ser santo, pero ya ves, te amo a ti menos que a mi familia, por eso, ¡ayúdame!
– Señor, quisiera seguirte, pero mi cruz me resulta tan pesada y agobiante, que muchas veces me dedico a protestar, incluso me atrevo a echarte en cara que te hayas olvidado de mí, por ello: ¡Perdón, Señor, perdón!
– Señor, quisiera ser un verdadero discípulo, pero me he convertido en guardián de mis bienes. Por ello, ¡Cristo, ten piedad de mí! ¡Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras!
– Señor, tú puedes ayudarme. Tú puedes alcanzarme el amor que me falta, la fe y la capacidad de entrega que me faltan.
Ayúdame con tus dones, Señor, porque seguirte a ti es un gran don que solo tú puedes otorgarme.