“Los antequeranos nacemos donde queremos, como los vascos”, asegura Francisco Pozo Garrido (Villaconejos, Madrid, 15 de noviembre de 1963).
Aunque le tocó nacer fuera de nuestra tierra, ya que sus padres emigraron desde Cartaojal en el año 1958, Francisco siempre se ha sentido muy ligado a sus raíces, tanto que asegura que “siempre lo he llevado clavado, será la sangre, y el día que me admitieron en la Hermandad del Rocío de Antequera fue uno de los mejores de mi vida”.
Su infancia está marcada “por todos los viajes que hacíamos todos los años un par de veces a casa de mis abuelos, que los recuerdo con muchísimo cariño”. En Cartaojal “me reencontraba con mis primos y nos juntábamos otra parte de la familia que venía de Barcelona, y que también tuvieron que emigrar”.
En Villaconejos también encontraba paralelismo con Cartaojal, “ya que es un pueblo pequeñito, tranquilo, y cercano a la gran ciudad que está a 40 minutos”. Aún hoy, con sus 3 mil habitantes, “sigue con su encanto de pueblo”.
Los hermanos del Rocío ya son parte de su familia
Aunque mantiene familia aquí, una de las cosas que más le sigue uniendo a Antequera es su pertenencia a la Hermandad del Rocío. “Para mí significó mucho conocer la hermandad de la tierra de donde nacieron mis padres, y desde entonces, hace unos doce años, siempre que he podido he hecho el camino con ellos”. Antes ya era rociero, “pero no tenía tanta vocación, la fe todavía no me había pinchado fuerte, y desde entonces tengo unas vivencias diferentes”. Este año, por coincidir con la comunión de una de sus nietas, lamenta no poder acompañar a sus hermanos, “que ya son parte de mi familia” en el Camino. “En mis pensamientos, iré rezando con ellos por las arenas”, asegura.
Con toda una vida hecha en Madrid, les ha inculcado a las nuevas generaciones el arraigo hacia Antequera que le transmitieron sus padres: “Mis nietos también son miembros de la hermandad y siempre tienen en mente a Antequera”, y cuando tienen ocasión hacen una escapada para reencontrarse con sus orígenes.
Muchas veces, lo difícil es encontrar el momento, ya que su trabajo como jefe de obras en demoliciones le hace pasar largas estancias fuera.
Responsable de grandes proyectos de demolición
Precisamente, su actividad laboral ha sido objeto de atención por medios de comunicación de todo el país en las últimas semanas ya que se encuentra inmerso en el desmantelamiento de la Central Térmica de Andorra (Teruel).
“Con 23 años empecé y fue algo que me enganchó y desde 1987 no he dejado de romper edificios”, explica un trabajo “que ha ganado muchísimo en seguridad y que, aunque siempre hay un pequeño riesgo, está todo muy controlado”.
En la Central de Andorra “hemos comenzado volando las tres chimeneas de ventilación”, entre ellas “la tercera estructura más alta de España, con 343 metros”. “Aún nos quedan tres voladuras más”, quitándole mérito a una labor en la que su función se centra en “supervisar que se adecuen todos los trabajos al proyecto, y que se ejecuten con seguridad”.
Espera que concluyan estos trabajos para la Feria de Agosto, “a donde querría volver porque no lo he hecho desde que tenía 14 años”. Aquí podrá reencontrarse con sus hermanos rocieros.