En silencio, sin su cruz, acompañado de los suyos, con las manos juntas… así fue el Nazareno de «Arriba» en su vía crucis al Barrio de San Juan en la noche del sábado 22 de marzo en Antequera.
No portaba cruz esta vez, porque Él fue a ayudar, a hacer de Cirineo, de tantas personas que soportan sus cruces con resignación, en soledad en su casa del popular barrio.
Así lo vivimos en esa abuela encamada asomada a la ventana, ese abuelo que fue hermanaco, esa madre cuyas piernas no le dejan visitarle, ese padre que recuerda al hijo que partió antes de tiempo, ese hombre que recuperó la memoria por instantes al percibir su rostro… fueron esta vez ellos los que le ofrecieron el paño de la Verónica en una noche que fue extraordinaria por lo ordinaria que fue.
¿Será esta la evangelización demandada en el siglo XXI a las cofradías? Se preguntaba un antiguo hermano mayor de una cofradía allí presente. Lo vivido esa noche de 22 de marzo, quedará para el recuerdo. Luego los escuchamos en varios momentos de lo vivido. Vamos por partes.
Salida tras una jornada de lluvia
Llegaron las 19,30 horas. Esta vez no había dudas: el vía crucis se rezaría. Y llovió hasta ese momento y puntual a la hora, se abrió la puerta principal del templo de Santa María de Jesús, donde salían antiguamente los tronos hasta sus ampliaciones de mediados del siglo XX.
Un cortejo austero: los dos guiones de la cofradía, cuerpo de acólitos con faroles de mano, dalmáticas turiferarias y con ciriales sin más incienso que el necesario. Y el Nazareno, sobre unas andas sencillas, donde se fueron turnando varios hermanacos, de traje, pero llevándolo al brazo y no al hombro.
Al frente del Señor, Lorenzo Corado Pérez, que se estrenaba como hermano mayor de insignia. No le dejó la lluvia en 2024, pero habrá sentido ya que un martillo ni una campana son lo más importante del cargo que desempeña.
No recordamos un silencio tan místico, ni unas vistas tan monumentales como las que el barrio atesora: el Castillo, la Virgen de Espera, sus calles, Santa María de Jesús y sus cuestas.
Los jóvenes fueron rezando cada estación, se turnaban al parar en la puerta que los vecinos habían solicitado y estremecedor sentir lo que es la fe. Testimonios agradecidos de las personas mayores y emoción de los familiares que les acompañaban o iban junto o tras el Nazareno.
Bajada por las cuestas, entrada por calle Palomos donde se fraguó la leyenda de los ángeles que crearon al Dulce Nombre de Jesús, al Señor de la Salud y de las Aguas y a la Virgen del Socorro. Fachadas y balcones decorados para el paso de Dios hecho Hombre.
Llegada a las espaldas de San Juan y los vecinos que montan un gran altar con la Virgen de la Cabeza e indescriptible entrada a San Juan. Jesús, vivo, Resucitado, entra para ponerse al espejo de la vida, a lo que le queda por venir en la Pasión: su Muerte. Pero no es un crucificado cualquiera, es el Patrón de Antequera al que fue a visitar. El Padre y el Hijo, el Señor de Antequera y el Hijo de la Madre de Antequera juntos. Y las dos insignias arriba presidiendo la verja de las plegarias. ¿Acaso esto no es una procesión extraordinaria?
Y de abajo, a arriba, a la última estación. Regreso a casa, donde la Madre de Dios del Socorro le esperaba. Y fue cuando dejó de hacer de Cirineo y volvió a ser Nuestro Padre Jesús Nazareno, una imagen que como todo hijo, no le importa estar tras su madre, pero que cuando Él quiere, hizo que las nubes cesaran para visitar a sus fieles vecinos, los que no van a procesiones, ni extraordinarias, pero sienten cada día a su Señor del Socorro.
Una imagen de un Nazareno que brilla y tiene un arraigo en su barrio, donde la Reina es su Madre. Seguro que lo sentido hará que esto se repita, ¿cada cinco años?, aunque se hace diariamente cuando un devoto se encomienda a Él, sin procesiones, vía crucis ni actos extraordinarios, porque ahí es donde radica la fe.
Su camarera, María del Carmen Checa Ruiz y su familia habrán sentido lo que el barrio quiere a su Nazareno. Y el Cielo…