La Resurrección de Jesús es el dogma central y fundamental de la fe cristiana. Pablo comprendió como ningún apóstol la trascendencia e importancia de la Resurrección de Jesús como sello y señal insustituible de su condición divina. Desde ella todo adquiere sentido en la vida de Jesús y en la fe de todo cristiano.
Por eso afirma con toda rotundidad que si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe. Es decir, desde ella adquiere sentido su afrentosa y horrorosa muerte en cruz; la resurrección es la elocuente respuesta de Dios al mal, al aparente sin sentido de la vida humana, del dolor, de la muerte. Con ella Dios pronuncia su última palabra que asegura la vida, el significado y el valor de la existencia humana.
La liturgia del Domingo de Resurrección, dentro de su riqueza espiritual inabarcable e inagotable, se enmarca en un halo espiritual y místico de rica y sabrosa simbología que se despliega a lo largo de la historia de la salvación, iniciada en la creación, continuada en Abraham y los patriarcas, prolongada en los episodios liberadores del éxodo. Y la experiencia del desierto, predicada ardorosamente por los profetas, y los libros sapienciales, y alcanzando su punto álgido y culminante en la figura de Jesús, para continuar, pujante, poderosa, vital e irresistible con la predicación apostólica y eclesial a lo largo de la historia hasta un final que se adivina esplendoroso, henchido y rebosante de esperanza.
La liturgia del Domingo de Resurrección, en este enfoque, muestra elocuentemente así su carácter y naturaleza de memoria viva, de presente salvífico, preñado de hondura espiritual inigualable, y como futuro de sólida e inconmovible esperanza.
La Resurrección de Jesús remite al cristiano a una etapa histórica de memoria viva, porque la acción salvífica de Dios, a través de Jesús, se manifiesta en la historia humana como recuerdo elocuente e imborrable de su acción creadora, como libertad humanizadora en la experiencia del éxodo, como palabra de fuego en los profetas, como sabiduría iluminadora en los sapienciales.
Estas dimensiones alegóricas de la vida cristiana se complementan con otras imágenes que añaden riqueza y profundidad a la acción divina en lo humano. Dios es la roca inquebrantable, la medicina eficaz, el guía seguro, la luz esplendorosa, el agua vivificante, el pan de vida, el fuego incombustible del amor, el viento cálido, la seguridad permanente, la felicidad suprema, la plenitud total… La solemnidad de la Pascua condensa todas estas imágenes focalizándolas en Jesús a través del Espíritu.
La Resurrección de Jesús se transforma así en presente fecundo que ilumina la opción y la fe cristiana; adquiere consistencia y engrandece la figura de Jesús que nace, que evangeliza, que se entrega sin reserva, y que muere en una cruz. La palabra divina, expresada de forma humana en el libro santo, sirviéndose del lenguaje humano, capta toda nuestra atención para dirigirla hacia la figura del crucificado y resucitado: Él es el alfa y la omega, el principio y el fin, el primero y el último, el sentido de la vida: todo en Él, todo con Él, todo por Él.
La Resurrección de Jesús, en la simbología litúrgica de este día proyecta su figura también hacia un futuro rebosante de optimismo cristiano. Un futuro preñado de consuelo y esperanza, de gozo y victoria, de consuelo y gloria. Mientras tanto la invitación sigue vigente y perenne: la espera cristiana, expresada en el suspiro espiritual de la comunidad primitiva del “¡Ven Señor Jesús, maranathá!” configura así la vida del cristiano, hasta que Él vuelva de nuevo, como un morir y un resucitar; un morir al mal, a lo negativo, al pecado; y un resucitar a una vida nueva de comunión, concordia, paz, amor: con Dios y con el hermano.
Todo creyente en Jesús como Dios –el cristiano-, debería tener muy claro, como algo decisivo en su vida, esa realidad testimoniada con gran fuerza de convicción por los discípulos de Jesús, como es el hecho de su resurrección. Desde entonces ésta se configura como el no va más de la fe, como su núcleo irrenunciable, fundamental, esencial, imprescindible y decisivo. La riqueza de su significado sobrepasa de lejos a todos los demás dogmas; ése es el sello oficial más representativo de su divinidad.
La liturgia del Domingo de Resurrección se sirve de innumerables elementos de la experiencia humana de gran riqueza simbólica para expresar el profundo significado de la resurrección. Lo elementos naturales del agua, la luz, el corazón, juntos a las experiencias y vivencias psicológicas humanas como de la libertad, la purificación, la palabra, la creación… Esta rica simbología confluye y se une con el objetivo de expresa en toda su riqueza y grandeza el hecho de la Resurrección de Jesús y su significado para el cristiano.
padre Domingo Reyes
Horarios Domingo de Resurrección en Antequera
· 08,30: Las Catalinas
· 09,00: Encarnación
· 10,00: La Trinidad y Belén
· 10,30: Santo Domingo
· 11,00: Santa Eufemia y San Juan de Dios
· 12,00: San Sebastián, La Trinidad, San Juan, San Pedro y El Salvador
· 13,00: Las Descalzas, Capuchinos y Los Remedios
· 19,00: San Sebastián y La Trinidad
· 20,00: Capuchinos y Los Remedios
· 20,30: Jesús