Con la llegada del Viernes Santo pasaremos de la fiesta de la institución de la Eucaristía y el Sacerdocio al momento trágico de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo. El día de la muerte del Mesías cumpliendo a la perfección la voluntad de su Padre Dios. Es uno de los días más importantes del calendario, respetado incluso por países en los que la religión cristiana es minoría concediéndose un tiempo de descanso para honrar la memoria de los que creen más allá del dato histórico de la muerte de un personaje famoso durante la dominación romana. Unos días para tener en cuenta a las personas que están muriendo en el mundo por la pandemia del coronavirus que nos sigue azotando.
Y el cristiano aprovecha para acudir a esos actos que le actualizan en la mente y el corazón el amor de Dios por todos los hombres, aunque este año lo tendremos que hacer en la intimidad y seguir por los medios de comunicación. Oficio de Viernes santo y procesión que este año no tendremos en Antequera con las Cofradías del Dulce Nombre, Santa Cruz en Jerusalén y Santo Entierro. Y Ella, Paz, Socorro y Soledad diciendo “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Aunque no las veamos en la calle, seguro que las tendremos presentes en nuestra estampa, cuadro u oraciones en el corazón.
En el Viernes Santo la Iglesia quiere revivir todo el conjunto de la Pasión y Muerte de nuestro Señor. Por ello, podríamos decir que el Viernes Santo comienza ya el jueves por la noche, al salir el Señor con sus discípulos de la última cena, camino del Huerto de los Olivos. Aquí Jesús comenzará su agonía al contemplar en su interior todo lo que se le viene encima, al notar el peso de todos los pecados de la humanidad habidos y por haber.
En esa agonía el Señor nos enseña a confiar en Dios Padre. Un Padre amoroso, que no es que quiera la muerte de su Hijo, sino que su Hijo quiere en todo momento cumplir con la voluntad de su Padre y por ello se ofrece a redimirnos, aunque haciéndolo le acarree la muerte.
La traición de Judas será un momento especialmente doloroso para Jesús: Aquél que vivió con él durante 3 años y participó de todos sus milagros, detalles de cariño, enseñanzas… ahora le entrega. Prisión, juicio falso, mentiras… es la hora del enemigo. Condena, sufrimiento sin ahorrársele nada –la flagelación romana duraba hasta la muerte del condenado o cansancio de los soldados–.
La cruz a cuestas, después de tanta tortura se hace casi imposible de llevar. Un hombre que venía de trabajar en el campo es forzado a ayudar al condenado y Jesús le agradecerá ese servicio con la conversión propia y de sus hijos.
En el Calvario cada gesto del Señor será sereno y lleno de caridad: Pide perdón por los que le condenan, nos deja a su madre como madre nuestra y se lleva al cielo a un ladrón que le ha “robado” el corazón. “Todo está consumado” y entrega el alma cuando Él lo tiene decidido: después de haber cumplido perfectamente todo lo prometido a nuestros primeros padres tras el pecado original.
Hemos recordado en pequeños trazos lo que aconteció el primer viernes santo; para los cristianos la celebración de la primera Misa: aquello que instituyó la noche del jueves santo de manera sacramental, hoy lo hace realidad. Dirá San Juan Pablo II en una homilía en 1979: Sólo mediante la Eucaristía es posible vivir las virtudes heroicas del cristianismo: la caridad hasta el perdón de los enemigos, hasta el amor a quien nos hace sufrir, hasta el don de la propia vida por el prójimo; la castidad en cualquier edad y situación de la vida; la paciencia, especialmente en el dolor y cuando se está desconcertado por el silencio de Dios en los dramas de la historia o de la misma existencia propia. Por esto, sed siempre almas eucarísticas para poder ser cristianos auténticos.
Y la Iglesia lo celebra con el Oficio de Viernes Santo. (Lo llamamos Oficio porque no es Misa, ya que siendo esta la renovación del sacrificio de la Cruz, eso que se está realizando no puede ser todavía renovado). Se proclama la Pasión del Señor dialogada por tres lectores; tras la homilía vendrá la adoración de la Cruz –convertida en triunfo– y, a continuación, se celebra la liturgia de la Comunión. Tras los oficios el altar quedará desnudo, solo con la Cruz mirando al pueblo. Esta tarde el pueblo cristiano adorará la Cruz con la genuflexión, como muestra especial de reverencia.
El pueblo cristiano, convencido de la importancia de la acción que llevó a cabo Jesucristo, lo quiere expresar externamente y al contemplar las imágenes procesiónando por nuestras calles (aunque este año ni podremos verlo, pero seguro que muchos cofrades revivirán imágenes de otros años), no podemos quedarnos en la simple admiración de una bella escultura, de unas ornamentaciones y adornos maravillosos. Tenemos que darnos cuenta de que es crucificado nos habla de un Dios vivo que lo ha hecho todo perfecto para redimirnos. Un Dios que nos reclama respuestas de vida coherente, de vida semejante a la suya, con la satisfacción para nosotros de que lo más duro, lo más insoportable ya lo ha soportado Él.
No puede ser un año más. Tenemos que participar con la convicción de cada uno de nosotros tiene parte muy principal en los acontecimientos. No es simplemente algo que sucedió hace 2.000 años, sino que se renueva –se revive– como si hubiéramos estado allí, dirá también San Juan Pablo II.
Mis pecados también son causa de sus sufrimientos. Y también mi amor puede consolarle. Y así, desde la Cruz, nos mira y nos dice: “Te conozco perfectamente. Antes de morir he podido ver todas tus debilidades y bajezas, todas tus caídas y traiciones… y conociéndote tan bien, tal como eres, he juzgado que vale la pena dar la vida por ti”. “E inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn. 19, 30).
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