jueves 21 noviembre 2024
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El Paseo de los Adarves y el entorno de la Puerta de Málaga

Estaba allí el Huerto de Perea, a un paso, y parecía inaccesible. Tanto que para mí ha sido siempre luego figuración de tantas cosas como se ven claras y no se nos dan nunca. Arriba los torreones y abajo el río, con las fábricas y las bayetas tendidas y las lanas secándose y las tenerías misteriosas y el agua contra la piedra. Más allá los cerros pelados.

José Antonio Muñoz Rojas 

“Las musarañas”

 

 

El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define la palabra ‘adarve’ como “Camino situado en lo alto de una muralla, detrás de las almenas; en fortificación moderna, en el terraplén que queda después de construido el parapeto”. Pero cuando la muralla está edificada sobre un escarpe rocoso y su trasdosado aparece relleno, también se llama adarve a todo el espacio situado detrás. Este es el caso del famoso Adarve de la ciudad de Priego de Córdoba y también lo fue en Antequera en parte del tramo de muralla que discurría –y en parte discurre todavía– entre la desaparecida Puerta de las Bastidas (actual encuentro de las calles Bajada del Río, Niña de Antequera y Colegio) y la Puerta de Málaga. Solo que en Antequera a esta zona no se le llamaba ‘adarve’ sino ‘adarves”, en plural. En líneas muy generales estos Adarves antequeranos venían a coincidir con el lateral izquierdo de la hoy calle Niña de Antequera, también conocida desde antaño como la Villa Baja. Las murallas que sostenían estos Adarves eran las que hoy podemos contemplar en lo alto de los escarpes rocosos que vemos cuando paseamos por el Caminito del Huerto de Perea, en el tramo Torre del Agua y Puerta de Málaga, solo que antes presentaban mayor altura las antedichas murallas y los adarves en sí tenían una cota bastante más baja que la actual calle Niña de Antequera. En recuerdo de los antiguos adarves que llevaban al barrio de San Juan se construyó el llamado Paseo y Miradores de los Adarves entre los años 1995 y 1996.

 

El problema de los solares

Para una gran mayoría de antequeranos, los solares terraplenados y no edificados que existían en el largo tramo central del lateral izquierdo de la calle Niña de Antequera entendían que estos eran domino público o suelo municipal. Sin embargo, la realidad no era tal, ya que todos esos solares tenían dueño y así se comprobó cuando a comienzos de 1992 se presentó en el Ayuntamiento un proyecto para construir una vivienda de dos plantas y doble sótano justo en medio del trayecto referido. Los informes técnicos fueron favorables a su construcción y, sin posible reparo, la comisión de gobierno municipal aprobó la ejecución del proyecto. Mediado aquel año 1992 la estructura de hormigón armado de la nueva casa ya estaba en pie, evidenciándose en aquel momento su enorme impacto negativo en el paisaje urbano. Estábamos ante uno de los casos más graves de contaminación visual desde la construcción del llamado ‘bloque del Carmen’ a comienzos de los años setenta del siglo pasado. Pero el problema era aún mayor, dado que el resto de los solares del terraplén –en total eran seis parcelas señaladas con los números impares 23 al 33 de la calle Niña de Antequera– también eran perfectamente edificables según la normativa urbanística entonces vigente. La solución al problema no era nada fácil y como se suele decir, había que coger al toro por los cuernos. Le comuniqué el caso al alcalde, que era Paulino Plata, proponiéndole que el Ayuntamiento adquiriese la estructura de hormigón ya construida para su demolición parcial y el resto de los solares. Entendió perfectamente la situación y se acordó buscar la fórmula para adquirir toda la propiedad.

Hay que aclarar que esta parcela, con una superficie de 2.352 metros cuadrados, resultó que tenía sus propietarios desde tiempo inmemorial. Hoy sabemos que en 1845 la adquirió Francisco del Rosal Rodríguez a un tal Francisco de la Puente Reina, utilizándose entonces como ramblas para estirar bayetas dentro de la industria local de la lana. Después fue pasando por diferentes propietarios hasta que en 1982 su entonces poseedora, Francisca García Pérez que la había heredado de su padre Juan García Corado, decidió dividirla en seis solares de 392 metros cuadrados cada uno mediante escritura de herencia y división otorgada en Antequera el día 18 de agosto de 1982 ante el notario don José Luis Vivancos Escobar.

En 1994 los seis solares, incluida la estructura de hormigón armado ya levantada, pasaron a propiedad municipal mediante el sistema de gestión urbanística. Estas parcelas, junto a otras de gran extensión de terreno junto al río de la Villa que fueron fábricas de mantas (frente al Huerto de Perea), así como una casa en ruinas de la calle del Río número 56 que sirvió para convertirla en escalera pública de comunicación con el paseo bajo de las Almenillas, fueron adquiridas por la sociedad mercantil Profingo, SA. El motivo de dicha compra era su posterior permuta con el Ayuntamiento por los terrenos adjudicados a la municipalidad de Antequera en la Urbanización URP-1 (Parquesol). Dado que las propiedades que pasaban a propiedad municipal eran valoradas en 48 millones de pesetas y los suelos de la URP-1 tenían un valor de 58 millones, el Consistorio recibió en metálico la cantidad diferencial de 10 millones de pesetas para las arcas de la ciudad. Esta operación fue aprobada en el Pleno Municipal de 23 de mayo de 1994, con la conformidad de la Junta de Andalucía publicada en el BOJA de 14 de junio del mismo año.

 

La obra de los Adarves

Obtenida la propiedad de los seis solares de la calle Niña de Antequera, se procedió de inmediato a la demolición de la estructura de hormigón armado en sus dos plantas superiores, dejando en pie la parte correspondiente al doble sótano para convertirlo, a partir de 1995, en un magnífico Mirador hacia el cerro de San Cristóbal, el arco y torre albarrana del Agua de época nazarí, la monumental iglesia del Carmen y, al fondo, la Peña de los Enamorados. Los muros de cerramiento de la parte de la estructura conservada se formalizaron mediante fábrica de aparejo toledano, a base de verdugadas de ladrillo y cajones de mampostería pétrea. Los pretiles del Mirador se remataron con ladrillos curvados, llamados en el argot de albañilería ‘de media luna’. Los pavimentos se hicieron de ladrillo rectangular en espiga y las barandas de las escaleras de bajada a los niveles inferiores en hierro forjado. Con todo ello se consiguió un volumen arquitectónico con aspecto cercano a la poliorcética, pero sin invadir en ningún momento la línea de muralla del sistema defensivo antequerano de época islámica. Además, se obtuvo una visión diferente del conjunto murado de la Medina desde un punto alto y, hacia atrás, del cerramiento oeste de la Alcazaba.

Terminadas las obras del Mirador se iniciaron, en mayo de 1996, las del nuevo Paseo de los Adarves como ampliación del acerado izquierdo de la calle Niña de Antequera. La idea principal que dirigió este proyecto fue la de crear una visión abierta hacia los cerros de enfrente. No se quiso crear un pretil macizo, como en el Mirador de abajo, sino una larga baranda de hierro forjado que apoyara, a tramos, en pilares de ladrillo rematados en pirámides de piedra arenisca labrados a cincel y martillo. En lo referido al pavimento del Paseo se optó por el ladrillo rectangular de tejar dispuesto en espiga para darle uniformidad matérica con los niveles más bajos del nuevo Mirador. Por último, una rítmica seriación lineal de alcorques, de diseño mixtilíneo e inspirados en una de las fuentes del Generalife granadino a escala menor, sirvieron para crear una hilera de palmeras que se plantaron el día 5 de agosto de 1996.

Llegado el momento final de esta actuación urbanística se pensó en rotularla como “Paseo de los Adarves”, pero pronto se desechó la idea dado que podía crear confusión en el nomenclátor con la calle Niña de Antequera y, además, no existían casas numerables en aquel tramo de acera.

 

La urbanización monumental del entorno de la Puerta de Málaga

La popular ermita de la Virgen de Espera o de la Esperanza, en origen una de las puertas nazaríes del recinto amurallado de la Antequera islámica, sufrió importantes agresiones en su entorno urbanístico durante el inicio de la década de los setenta del siglo pasado. La intención era buena, ya que se pretendía conseguir una comunicación recta y directa entre la calle Niña de Antequera y el barrio de San Juan en la zona del Henchidero. Pero para ello se abrió una enorme zanja en el terreno, generando sendas paredes verticales a los pies del lateral de la Puerta de Málaga y en la pared de enfrente, bajo los restos de la muralla. Es más, esta última pared, que alcanzó más de veinte metros de altura, resultó ser de un material muy descompuesto lo que hizo necesario aplicar un sistema utilizado en las carreteras: hormigón gunitado sobre malla de hierro. La herida en esta zona de la muralla de Antequera fue tremenda y, por si fuera poco, tampoco funcionó, desprendiéndose al poco tiempo enormes placas del hormigón proyectado, con el consiguiente peligro para los peatones y vehículos. Como suele ocurrir en estos casos, se colocaron vallas y se cortó el tráfico, pero viendo que los desprendimientos habían cesado de momento, se optó por normalizar el tránsito. En años posteriores, a finales de la década de los setenta y comienzos de los ochenta y coincidiendo con los periodos de lluvias, se produjeron nuevos desprendimientos, pero ya de menor envergadura. Para la Asociación de Vecinos del Barrio de San Juan este tema seguía siendo una asignatura pendiente del Ayuntamiento, aunque la solución no era fácil ni barata.

Consultados los técnicos competentes en 1988, éstos aconsejaron volver a rellenar el terreno y recuperar al antiguo trazado de la calle, generando una amplia curva que desembocara en la puerta de la iglesia de San Juan. Pero para ello había que crear un fuerte muro de hormigón armado que contuviese la nueva calle y, además, se tenían que comprar y demoler dos viviendas existentes frente a la iglesia, que ocupaban el mismo espacio del actual jardín rotulado como Plazuela del Santísimo Señor de la Salud y de las Aguas. Una vez adquiridas estas casas se procedió a su demolición en junio de 1990, lo que permitió terminar el muro de hormigón y forrarlo de aparejo toledano de ladrillo y bolos de piedra, tanto sus paramentos exteriores como sus dos contrafuertes inclinados. La muy buena compactación de los materiales de relleno ha evitado asentamientos posteriores, como puede ser habitual en casos similares. En la llamada plaza del Henchidero, en el punto donde finaliza la cuesta Real, se levantó en 1991 un acceso peatonal escalonado de planta semicircular con dos tramos de peldañeado y descansillo intermedio.

 

Intervención en el BIC ermita de la Virgen de Espera

De las tres puertas monumentales con las que contó la muralla de la Madinat Antaqira musulmana solo ha llegado hasta nosotros la conocida como Bab Malaqa o Puerta de Málaga, sin duda gracias a que desde el primer momento fue sacralizada como espacio religioso dedicado a la Virgen. Mientras la puerta siguió cumpliendo su función defensiva y de paso de personas, carros y bestias, su condición sacra se limitaba a una pequeña hornacina rectangular situada en alto en la pared entrando a la derecha; sin embargo, al dejar de cumplir función alguna –ya en el siglo XVI se abrió una gran brecha en la muralla para dejar el tránsito directo– se optó por convertir todo su interior en espacio cerrado para la veneración de un lienzo enmarcado en retablito de la Virgen de la Esperanza, advocación que la gente derivó en Espera.

Para no extendernos en algo que ya es bien conocido, digamos simplemente que la Puerta de Málaga antequerana es una torre-puerta, con planta de doble recodo y habitación alta abierta al adarve. Su formalización de fachada responde al modelo clásico de las puertas de aparato granadinas, con un gran arco de herradura cobijando el espacio en el que se abre la verdadera puerta de acceso. Su modelo es la Puerta de la Justicia de la Alhambra de Granada, levantada por Jusuf I en 1348, aunque la construcción del ejemplo que nos ocupa en la cerca de Madinat Antaqira parece corresponder ya al sultanato de Muhammad V (1354-1391) por el tipo de aparejo utilizado.

En cualquier caso, está claro que su temprana conversión en ermita cristiana contribuyó de manera decisiva para que su fábrica se haya conservado a través de los siglos y hasta nuestros días.  En viejas fotografías de las décadas veinte y treinta del siglo pasado vemos como incluso se le añadieron unos falsos merlones (almenas) y se encaló de blanco hasta una cierta altura su fachada del frente.

En julio de 1984, cuando hacía poco más de un año de mi primer nombramiento como concejal de Cultura durante el mandato del alcalde Pedro de Rojas Tapia, la esquina posterior izquierda de la torre-puerta se derrumbó sin avisar, sin duda porque era un simple murete en ángulo que envolvía la escalera a cielo abierto de acceso al terrado superior. Aprovechando la visita a nuestra Real Feria de 1984 del entonces presidente de la Diputación Provincial de Málaga Luis Pagán, se le sacó el compromiso de financiar la consolidación y restauración de la zona derrumbada, realizándose las obras pertinentes entre los meses de septiembre y noviembre de aquel mismo año. La otra esquina posterior de la torre también amenazaba con derrumbarse por lo que fue igualmente consolidada.

Uno de los más serios problemas que presentaba el monumento, o mejor dicho el pavimento original de ladrillo de canto que existe al mismo nivel de su acceso a la Puerta de Málaga, era la estabilidad del terreno, ya que el muro que lo contenía fue desapareciendo por sucesivos desprendimientos con el paso de los años y con la desafortunada intervención de comienzos de los años setenta del siglo pasado. Si no se sostenía el terreno llagaría el día en el que ni tan siquiera se podría acceder al interior de la ermita. Para solucionar este problema se proyectó en julio de 1997 un nuevo muro de contención en el que se encajaría semioculta la escalera de acceso al monumento. Se barajaron dos maneras de formalizarlo: de planta cuadrada o de planta semicircular, optándose por esta última ya que iba a presentar un menor impacto sobre la preexistencia islámica edificada. Al mismo tiempo se crearon dos planos diferentes en el pavimento,mediante una pequeña escalinata, uno inmediato a la puerta de acceso y otro más bajo, de manera que el nuevo muro tapase lo menos posible el edificio histórico. Este muro curvado se construyó entre los meses de septiembre de 1997 y enero de 1998, utilizándose hiladas de sillares de piedra en la zona baja y fábrica de ladrillo y mampostería encima.

Otra intervención llevada a cabo, entre enero y abril de 1998, fue la restauración del ruinoso lienzo de muralla existente entre el lateral derecho de la Puerta de Málaga y la alta torre cilíndrica que asienta sobre los escarpes rocosos del Caminito del Huerto de Perea. En este caso la mayor dificultad de la obra radicó en la colocación del andamiaje necesario para actuar en un lugar de enorme pendiente y peligrosidad, lo que encontró solución en la pericia de los técnicos y en la profesionalidad de los albañiles.

 

La recuperación de la Torre Torcida

Dentro de la refacción de la cerca almohade de Madinat Antaqira, llevada a cabo durante el sultanato nazarí de Muhammad V, se incluyó la construcción de una serie de nuevas torres albarranas a lo largo de la muralla urbana diferenciada de la Alcazaba. Concretamente en el tramo existente entre la antigua Puerta de las Bastidas y la torre albarrana del Agua se levantó la conocida como Torre Torcida, que es una albarrana maciza de planta semicircular y volumen semicilíndrico. Con el paso de los años ésta había quedado ‘encerrada’ por su cara frontal en el amplio patio de una casa de planta baja. Incluso el arco de paso o comunicación de la torre con la muralla fue demolido, al parecer en los años veinte del siglo pasado, pues su escasa altura dificultaba el tránsito de ciertos vehículos a motor que ya comenzaban a circular por la zona.

Este enmascaramiento de la torre hizo que, en cierto modo, pasara inadvertida para la mayoría de ciudadanos. Incluso carecía de denominación propia en el conjunto amurallado de Antequera, lo que también favoreció su falta de consideración patrimonial. A comienzos del año 1990 se planteó un serio problema en relación a este olvidado monumento: el propietario de la casa que lo rodeaba presentó un proyecto en el Ayuntamiento para edificar todo el patio como ampliación de su vivienda. Lógicamente se le comunicó la imposibilidad de aprobar el proyecto, ya que por ministerio de la ley toda la arquitectura defensiva española está protegida como BIC frente a este tipo de agresiones. Después de difíciles negociaciones se llegó al acuerdo, entre la propiedad y el Ayuntamiento, de comprar la casa para su total demolición y la obtención de una nueva plazuela que realzara la importancia de este bien cultural. La compra se hizo mediante escritura pública con fecha 30 de agosto de 1990 y en precio de cuatro millones de pesetas, previa aprobación del pleno del Ayuntamiento. La demolición, sin embargo, no se realizó hasta diciembre de 1991, momento en el que el ya antiguo propietario abandonó definitivamente la vivienda.

Liberada la torre y despejado el nuevo espacio que ya sería público, se planteó el proyecto de restauración de la torre y de urbanización del conjunto, mediante una de las obras del Plan de Empleo Rural (PER) de 1992, comenzando los trabajos en octubre de ese año y no concluyendo hasta abril de 1993. Un dato que se comprobó una vez demolida la casa y otros cobertizos adyacentes es que la torre estaba inclinada o torcida hacia adelante, posiblemente por un fallo de cimentación que debía venir de muy antiguo. Como ya escribí en su momento, esta circunstancia me llevó a denominarla como Torre Torcida, puesto que el término de ‘inclinada’ se reserva respetuosamente para la tan famosa de Pisa. En cuanto a la urbanización de la nueva plazuela se consiguió un plano único, entre dos muros de contención para salvar la pendiente del terreno, completándose el conjunto con la pavimentación artística y la incorporación de ocho naranjos plantados en sus correspondientes alcorques. Un nuevo y bello espacio se incorporaba a una de las zonas con mayor encanto romántico, histórico y legendario de nuestra ciudad. Aquella que nos trae recuerdos de la Antequera medieval-musulmana y de los paseos que, durante el mes de mayo, tantas generaciones de antequeranos han venido realizando, desde hace siglos, hasta su encuentro con la devoción que siempre espera en San Juan.

 

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