Tiene 10 años. Es una niña con toda una vida por delante. Crece a pasos agigantados bajo las clases de Ana Pastrana y los viajes de aprendizaje que sus padres Javi y Macarena le buscan. Se llama Victoria Amador, conocida como la Rubia de Antequera y es la bailaora que Málaga lleva años necesitando.
Tiene duende, en sus genes lleva ese don flamenco. Tiene mirada: busca al público, les cautiva con su mirada, no le asusta un escenario. Planta con tan sólo 10 años, sabe dónde colocarse, se come el tablao. Zapateo: sus pies marcan sus pasos, su baile. Jaleo: es lo que empieza a sentir. Tras diez años bailando, crece con las clases que se amoldan a lo que aprende. ¡Hay que estar listos cuando diga aquí estoy yo y saque el jaleo que será dejar fluir su genio!
Era su segunda Noche Flamenca en Antequera, pero la primera en Santa María. Se encontró ante un público que se desmelenó escuchando apasionadamente al primero de la noche en actuar, Rancapino Chico al cante con Diego Amaya a la guitarra. Hay artistas a los que con cantar, les sale el arte a raudales y es su caso.
Seguía la noche con la esperada actuación de Victoria Amador, nuestra Rubia de Antequera. Fue salir, tras la destacada presentación del crítico Manuel Martín Martín, y arrancar los aplausos de la abarrotada Plaza de los Escribanos.
Victoria optó por tientos tangos, vestida de flamenca con chaquetilla y falda negra con lunares blancos. Con espacios, muy solemne en su zapateo, mostró dominar los palos del baile. Fue subiendo el tono con los tangos que dejó boquiabiertos al público por su desparpajo.
Dejó tiempo a David de Ana a la guitarra y Manuel de la Curra y Aarón Molina al cante, con la presencia de última hora de su maestra, la artistaza Ana Pastrana. Dieron tiempo a Victoria a cambiarse, esta vez con un vestido de flamenca con tonos vivos, con rosa, naranja y rojo que reflejaba la explosión de sus alegrías, con aires más festivos. Era su momento, su noche.
Fue cuando iba zapateando de un lado para otro, parando con temple en el centro de la fachada renacentista, como si fuera una de sus piedras decorativas, pero de repente volvía a moverse lentamente hasta que rompía la magia del lugar.
Terminaba, pero los aplausos siguieron con más aplausos, pide a sus acompañantes que se pongan de pie y saludan al respetable. Se miran, sienten el calor de los presentes y deciden terminar la fiesta de pie, sin micrófonos, sin guión, como fin de fiesta como agradecimiento.
Y tras el jaleo, seguía la noche. Turno para Mari Peña al cante y Antonio Moya a la guitarra. Se fueron apagando los ánimos que empezaron atronadores. Siguió Ezequiel Benítez y la guitarra de Paco León. Y en la eterna noche, Araceli puso con su baile el fin de una gran noche. Aquella que Rancapino puso la voz y Victoria el embrujo de Santa María de Antequera.