Cierto que la Navidad es, la época del año donde más emociones nos asaltan. Ello es algo que casi nadie lo duda, pero ¿por qué esto, es así? Exceptuando los niños, los cuales contagian, qué duda cabe, la ilusión a los mayores, a ver, los abuelos también viven estas fechas con cierta nostalgia, recuerdos y alguna ilusión renovada, sensaciones que el resto de la población adulta parece haya perdido de alguna manera, o en alguna cantidad, algo de todos esos sentimientos y emociones que suelen venir con la Navidad.
Ya no son como antes, oímos decir, evocando tiempos en que las Navidades, según ellos expresan que eran… de otra manera. Y están en lo cierto eran muy distintas, de la misma manera que también este año serán muy distintas en los países más desarrollados, en los que vivimos sin guerras, o en aquellos otros con una cierta capacidad económica en la gran mayoría de las familias. Muy diferentes les digo, a como se verán abocados a vivirlas en países donde las armas y contiendas imponen odios y tristezas, cercenando vidas, ilusiones y esperanza.
Pero esto es así porque, en la Navidad no tenemos ya, casi nada, de especial, nada nuevo que no podamos tener, o que directamente tenemos fácilmente todo el año. Fiestas, regalos, comidas especiales… ¡Menos mal que aún podemos sujetarnos a la magia de los Reyes Magos! Y no por los regalos, juguetes y demás prebendas que no faltan hoy por fortuna, en la mayoría de los hogares, sino, por la propia “magia” hay que atreverse a ir, a por algo diferente, para ello, hemos de hacer uso en su plenitud, de una palabra con mucha magia, empatía. Les aseguro que es algo, muy escaso.
A finales de la década de los cincuenta y principios de los sesenta, del siglo pasado, una persona se sentía completamente feliz (son hechos reales) con un regalo muy especial que le llegaba por Navidades, o día de Reyes, tampoco era fijo el día, pues para que ello fuese posible, esta persona debía esperar a que su Madre terminase un trabajo fuera de casa, donde, de alguna manera le contrataban… su trabajo, que consistía en preparar, arreglar, todos los productos de la matanza de algún cerdo, por cuyas labores recibía, manteca y algún otro alimento más, para poder llevar a casa.
Con la manteca, su mamá preparaba, contados mantecados. Ella, la mamá, mujer de muy grandes recursos, se las ingeniaba para que, con una caja de cartón vacía (que había gastado en la preparación de los avíos para el chorizo y salchichón, parte de su trabajo y que Ella, la guardaba con la idea ya concebida para su posterior uso) de azafrán “El Aeroplano” preparar, una, sorpresa. Cuando ya habían comido aquellos escasos mantecados y su menú volvía a la plena y justa medida de todo el año su Mamá le regalaba una cajita, muy bien adornada, ¡sorpresa!, con un mantecado y una peladilla.
Aún hoy lo recordamos, nos reímos… porque no crean, la peladilla no tenía ni una simple avellana dentro. Eso sí te duraba en el paladar un buen rato hasta poderla diluir. ¡Esa es la diferencia! Hoy, las peladillas, llevan avellanas dentro.