Cada Navidad es una obra maestra, la calle se embellece, la música penetra por todos los rincones, la paz se expande como la mayor aspiración fantasiosa a la que todos aspiramos. Pero se queda en un deseo, noble, bondadoso, de boca en boca; continuo anhelo desde que el hombre mora sobre la tierra, pero no hay paloma blanca suficientemente grande que nos pueda proteger bajo sus alas, no hay gozo, ni juventud, ni suficiente fuerza en el género humano para luchar por ella.
Llega diciembre como si nos quisiera enseñar a ser felices, a ser más generosos, a llenarnos de entusiasmo y a dejar olvidados los puyazos que nos ocasiona la propia existencia. Es un mes que juega al despiste, se hace joven y viejo. Joven en ese niño que nace lleno de dulzura, esperanza y amor, que trae un mensaje de aliento y felicidad al mundo entero. Que viene a traer dichas y quebrantos, y quiere hacerse hombre para amar al hombre. Pero diciembre también es viejo y experimentado, es el último y nos muestra el solsticio de la vida, la noche reina sobre el día.
Quizá tengamos que aprender mucho del verdadero sentido de la Navidad, de la capacidad de transformarnos estos días, de nuestra fortaleza y resistencia a no quedarnos desnudos, a no sólo vestirnos de regalos y celebraciones. Hemos de mirar más allá y ponerle rostro a la Navidad. La Navidad tiene muchos rostros felices, pero también en nuestro entorno, los hay desgraciados, olvidados, solos, desesperanzados…parias de un mundo caprichoso e injusto.
Podríamos buscar la Navidad en esas personas maltratadas por la vida que viven en un ambiente poco digno, que con frecuencia los menospreciamos e, incluso nos molesta verlos de cerca. Imaginarlas con la cara del niño Dios, con la alegría del nacimiento y con el calor humano de sentirse queridos y formando parte de la Comunidad Cristiana bajo la protección del Padre. Es preciso que el júbilo que experimentamos en torno al Belén deje de ser precario y se convierta en algo hermoso y estable, que aprendamos en toda su magnitud el mensaje de fraternidad que Jesús trae a la tierra.
La Navidad es algo más, mucho más, que esa carrera frenética que desde noviembre nos invita a consumir con desenfreno. La Navidad, como los regalos, también se encuentra en la calle y los cristianos hemos de descubrirla en cada rostro que sufre.
