Este fin de semana, las calles de Antequera se van a llenar de peregrinos que quieren acompañar a las religiosas franciscanas que celebran los 125 años de la defunción de Madre Carmen. Una mujer que afrontó un complicado matrimonio y que al enviudar, decidió fundar una congregación.
Entre sus muchas frases que dejó en los escritos conventuales, a la hora de hacer este ejemplar, nos encontramos con una que puede hacernos reflexionar. Fue en durante la famosa fotografía de la “Lección del Crucifijo” que tuvo lugar el 16 de julio de 1892: “Quiero a mis hijas más santas que sabias, y educadas, más que ilustradas”.
Madre Carmen representa a la otra Iglesia, la que quizá no se ve. Deja atrás las polémicas del mundo cofrade y de algunas otras penosas situaciones. Es la otra cara, la de Cáritas o Manos Unidas, la de una congregación que hace el bien sin que una mano sepa lo que hace la otra. Fue una adelantada en su tiempo y como mujer que no calló ante las injusticias que vivía, quizá por eso le costó al Vaticano arrancar su proceso de santidad. Y por eso aún no le habría declarado santa. Quizá.
Madre Carmen necesita el respaldo de sus comunidades, de sus colegios, residencias y devotos. Tomando testimonios en este tiempo jubilar, hemos podido sentir su vitalidad en personas que acuden a ella, a través de su capilla, y encuentran paz. No la toman como la mujer que lo puede todo, sino por la que intercede.
Conservan las religiosas, la cama donde expiró esta madrugada hace 125 años. Un lugar en el que sus devotos pasan sigilosamente, dejando una petición bajo su almohada, colocando al recién nacido sobre ella para pedirle protección. Madre Carmen es la puerta del cielo, aquí en Antequera. Es algo que los sagrados corazones reconocen en su ir y venir al templo central de la congregación. Es algo que se sabe que algún día Roma dará el sí.
Pero Madre Carmen es algo más que ese milagro que se espera o el que se reconoció a Sor María José. Madre Carmen es inocencia de los niños que empiezan en las clases. Madre Carmen debe aunar a los niños que hacen la Primera Comunión, dentro del movimiento de Paz y Bien.
Madre Carmen debe ser un espíritu de vida y Antequera precisa como ella dijo: hijos más santos que sabios, y educados, más que ilustrados. Ojalá que esta llama de espiritualidad ilumine a las realidades parroquiales de la ciudad, a los movimientos religiosos y devotos anónimos.
Madre Carmen es más que una magna, es una luz que aguarda que vayamos a avivarla. Sólo así podremos sentir lo de “Bendito sea Dios que tanto nos quiere”.
Y a quienes no compartan su fe y su acción, que la consideren como una mujer inconformista que luchó por la desigualdad, por atender a los niños y personas mayores, desamparados en la Antequera de finales del siglo XIX.
Hoy, dos siglos después, no hay niños, no nacen, lo que llevará al envejecimiento cada vez mayor de la población. Una sociedad donde aumenta la esperanza de vida, pero donde se vive en soledad, sin recursos, porque ya las familias no tienen en los abuelos el eje de sus vidas. Necesitan residencias y atenciones.
Ojalá que este tiempo jubilar sirva para que Antequera se acerque a Dios porque Dios siempre estará esperando nuestra llegada, nuestra conversión, nuestras ganas de trabajar por una sociedad mejor con ejemplos como el de Madre Carmen.