Dos fiestas celebramos esta semana: el Día del Trabajo o Fiesta del Trabajo y el Día de la Madre. La primera de esas fiestas, tuvo su origen en un movimiento en que los trabajadores efectuaban diferentes reivindicaciones sociales y laborales, en el primer cuarto del siglo XIX, cuando en Estados Unidos surgió un movimiento exigiendo una jornada laboral de 8 horas (“8 horas para el sueño, 8 para el descanso, 8 para la casa”), y fijando la fecha del 1 de mayo de 1886, a partir del cual entrarían los trabajadores en huelga si no se atendía su petición. Resultado de ella fue la ejecución de un grupo de obreros.
Meses más tarde y, extendido el movimiento a todo el mundo, el presidente de los Estados Unidos, decretaba la jornada de 8 horas, que tardó en imponerse, pero al final se impuso. En recuerdo de aquellos reivindicadores, se mantiene la Fiesta del Trabajo, este Día 1 de Mayo.
Sin duda buen momento para avanzar en la creación de empleo, no del sumergido, del “sin contrato”, sino del empleo de verdad, del que cuenta, del que permite crecer las recaudaciones de la Seguridad Social, que beneficia a todos. Y antes que contratar “en negro”, hacerlo con todos sus derechos, es decir, no “explotar” a quien trabaja.
La otra fiesta de la semana es el Día de la Madre, destinado a recordarnos su papel fundamental, imprescindible, tierno, amoroso, en nuestras vidas. Las primeras celebraciones del Día de la Madre se remontan a Grecia, donde se rendían honores a Rea, la madre de los dioses Zeus, Poseidón y Hades. Igualmente los romanos, la celebraban el 15 de marzo y durante tres días.
Los católicos transformaron estas celebraciones para honrar a María, Madre de Jesús, adoptando la fecha del 8 de diciembre, como “Día de la Madre”.
Así se celebró muchos años, hasta que la agudeza comercial de unos grandes Almacenes –no recordamos si Galerías o El Corte— cayó en que los regalos que se hacían este día, disminuían los habituales de Navidad, y con la fuerza implacable de una promoción sin límites, lograron trasladar la fecha al primer domingo de mayo.
Buen día para no limitarse al regalo más o menos habitual, sino para agradecer con el corazón ese papel singular de la mujer-madre, que nos dio la vida, que nos cuidó como nadie, que vigiló nuestra formación, que nos llevó al altar a compartir la vida con otra persona, y que después, cuando formamos nuestro propio hogar, sigue “echando una mano” –cuidando a nuestros hijos, repasando nuestra ropa, preparando aquella comida–, quitándose horas del descanso que el paso de los años reclama, para cumplir hasta que no puede más, el papel asumido con orgullo ejemplar, el más maravilloso que una mujer –y María es el ejemplo a imitar— puede cumplir, el de Madre entre nosotros.