El momento político actual da pena. A diario, periódicos, emisoras de tv, recogen denuncias clarísimas con pelos y señales, de la actuación de determinados políticos. Y dan tantas señales, tantos detalles, que cuando el denunciado no ha actuado con contundencia denunciando las denuncias, es que algo tiene que haber. Más o menos, los españoles, embrutecidos en el sistema que de tanto habitual se ha hecho como normal, cuando no lo debería ser bajo ningún concepto, ante tal cantidad de denuncias por todos sitios y de todos sitios, estamos empezando a despertar y a cansarnos, porque, sea cierto o no, la sensación que se da es que políticos que llevan decenios en sus escaños, en sus sillones, se han acostumbrado a ellos y no los echan ni con lejía… Como si lucharan por mantener sus sueldos, sus privilegios; como si no pudieran vivir de otra cosa. Ejemplos: las subvenciones indebidamente concedidas por determinados organismos; alcaldes que se compran coches millonarios y no tienen para pagar las nóminas de su personal; alcaldes que dicen que no sabe si podrán pagar la extra de Navidad pero se han apresurado a cobrarla ellos muy anticipadamente; las deudas increíbles que se encuentran los nuevos alcaldes, los nuevos presidentes autonómicos, en muchas autonomías y ayuntamientos, que rozan, o ¡vayamos a ver si traspasan!, el límite de lo legal para convertirse en posibles delitos…
En una palabra, cuando se publican con tal lujo de detalles gastos, malversaciones, cobros, pagos, adjudicaciones, afán por «colocar» a los candidatos para que éstos no pierdan sus privilegios, perpetuándoles en los cargos, y por el contrario se congelan pensiones, se amenaza con los cobros de las nóminas, se recortan los gastos en Sanidad y Educación, como ocurre en Cataluña, la gente deja de aborregarse y, como un Mourinho cualquiera, se pregunta «¡por qué!», y parece tomar nota de lo que ocurre para actuar en consecuencia.
Los partidos, base del sistema político español, deberían ser contundentes, barriendo eso que emponzoña la Política; no mirando «nombres», sino dando paso a sangre nueva, a gente con vocaciones e ideales limpios –que seguro los hay– concediendo un «descanso» a quienes no buscan sino perpetuarse en los cargos, cuando su «currículum» de logros para el pueblo es más bien escaso, cuando ellos gozan de privilegios –por ejemplo el plazo de tiempo en la política para asegurarse pensiones vitalicias que para sí quisieran quienes llevan años y años trabajando, aportando con sus impuestos el dinero con que se paga a esos políticos– extraordinarios.
En capitales y ciudades, hay políticos jóvenes, preparados, que no necesitan de la política para sobrevivir, a los que habría que dar oportunidades, no poniéndoles en puestos de dudoso éxito, mientras se reservan los primeros a políticos que a lo peor no tienen nada que ver con las provincias que dicen representar, pero que se abren paso a empujones, sin darse cuenta que la gente, insistimos, se está despabilando.