La semana pasada, España vibró con la visita de S.S. Benedicto XVI a Santiago «como un peregrino más en el Año Santo», y a Barcelona para bendecir la catedral de Gaudí y declararla Basílica, además de visitar un centro de las religiosas de la Beata antequerana Madre Carmen del Niño Jesús, cuya labor elogió.
Hubo críticas en cuanto a la recepción, porque el Presidente del Gobierno, sin tener en cuenta que se trataba del Jefe de un Estado que debería haber recibido él, «aprovechó» para visitar de improviso las Fuerzas Españolas en Oriente Medio. Sí estuvieron para recibir al Vicario de Cristo los Príncipes de España. Tras los actos de Barcelona, Su Santidad fue despedido por SS. MM. Los Reyes de España Don Juan Carlos y Doña Sofía, con quien departió unos minutos, y por el Presidente Zapatero, ya de regreso.
En Santiago, Benedicto XVI, dijo que quería unirse a tantos españoles, europeos y de otros lugares del mundo que llegan hasta la tumba del Apóstol, para fortalecer su fe y recibir el perdón, y que venía «para confirmar a mis hermanos en la fe que llegó a España en los albores del cristianismo y se enraizó tan profundamente que forjó el espíritu, costumbres, arte e idiosincrasia de sus gentes, lo que no sólo manifestaba el amor de un País hacia su historia y cultura, sino que es una vía privilegiada para transmitir a las jóvenes generaciones valores fundamentales para edificar un futuro de convivencia armónica y solidaria».
En Barcelona, además de dedicar la Basílica de la Sagrada Familia, «que Gaudí concibió como una alabanza en piedra a Dios», visitó el Centro Educativo de Tiana y el Papa dijo que «son como dos símbolos en la Barcelona de hoy, de la fecundidad de la fe que marca las entrañas de este pueblo a través de la caridad y de la belleza del misterio de Dios», para concluir diciendo que, aunque había visitado sólo Santiago y Barcelona, «mi abrazo y su bendición va a todos los españoles, sin excepción alguna, y a tantos otros que viven entre vosotros sin haber nacido aquí».
No faltaron alusiones a la difícil situación de la Iglesia y a las medidas adoptadas en torno a la desaparición de símbolos religiosos, los «matrimonios homosexuales» o al aborto. Era lógico que expresara su preocupación y temor ante esos hechos que se apartan, sobre todos los dos últimos, no sólo de las normas religiosas sino también de lo que algunos califican como «ley natural». A los miles y miles de gallegos y catalanes que asistieron a los actos centrales del Papa –en muchos casos, en aforos limitados por el espacio disponible, lo que no faltó quien definiera como «falta de interés» que no lo era por ningún sitio–, se opusieron manifestaciones contrarias a la visita, cuyos actos ante las cámaras y los medios informativos se califican por sí solos.
Las reacciones surgidas, atacando y criticando estas manifestaciones, tuvieron enseguida su réplica favorable a la visita, por la mayoría de españoles que, pese a todo, se declaran cristianos.