Escuchamos lamentaciones de personas que este año no podrán tener las vacaciones que tenían otros años pasados. Aclaremos que vacaciones tienen, lo que no tienen es la posibilidad de hacer esos viajes fastuosos que otros años hacían, o irse cuatro semanas a un hotel de lujo de aquí cerca o de más lejos, pero vacaciones, tienen, si consideramos vacación a un feliz invento de alguien que consideraba que estar once meses seguidos trabajando bien merecía tener un mes para recuperar fuerzas… y volver con más ganas al trabajo, por muy mala que sea la cara que se lleva el primer día.
Lo otro, los viajes aquí o allá, vinieron más tarde. Nos viene a la memoria el caso de una ilustre dama malagueña, de la alta sociedad que se decía antes, un encanto de mujer, a la que hicimos una entrevista en su casa, y nos contaba, que sus padres, la mandaban en vacaciones a una finca muy conocida de los señores Muñoz Rojas, –uno de los cuales, nos contaba en secreto «la pretendía con esos amores de críos que ya iban para mayorcitos–, porque eran amigos de la familia y hacía más fresquito que en la capital». Así que incluso para los ricos, no había todo lo que vino después.
Así que pasó como con los viajes de novios o de bodas, que antes se hacían a Málaga, o todo lo más a Sevilla o Madrid y hoy, como no vayan a Cancún, parece como que les falta algo. Que le pregunten a sus padres o abuelos a dónde fueron ellos y comprobarán lo que decimos.
Pues con las vacaciones, igual. La gente, en tiempos de bonanza o cuando los bancos abrían la mano con los créditos o las «tarjetas», lo menos ir a Benidorm o a Canarias o Baleares; todo lo que no sea eso, no les parece vacaciones. Pero han venido los tiempos de las vacas flacas, y esas cuatro semanas en hoteles o playas de lujo, se acabaron para muchos, aunque haya quien sigue yendo en señal de que las cosas, para muchos, no están tan mal, como no lo están para los seguidores de grandes clubes o de la Selección, que viajan a finales o eliminatorias, haciéndonos pensar, a quienes nos gustaría pero no hay forma, que somos poco menos que inútiles, pues no hemos dado con la fórmula que nos permita tamaños disfrutes.
Quienes peinamos canas, y ya casi ni eso, disfrutamos con un fin de semana en el campo, rodeados de hijos, nietos «y agregados entrañables» y volvemos tan felices y más aún, pensamos en quienes no pueden hacer ni eso, porque no pueden ahorrar, porque les surgió cualquier imprevisto que hubo que cubrir… Y, en nuestra breve pero intensa felicidad, nos acordamos de quienes no pueden tener vacaciones, porque les va peor que a nosotros, porque no pueden parar en sus trabajos –¡qué les contaría de los periodistas, de los médicos, de los enfermeros, de algunos alcaldes y concejales que han querido ser los primeros en decirnos a todos que hay que apretarse el cinturón y trabajar, trabajar, trabajar!–, por enfermedades o situaciones trágicas, porque el dolor se lo impide…
Que su caso, que lamentamos, sirva a todos de consuelo.