Los últimos acontecimientos en torno a la Declaración de Los Dólmenes, El Torcal y La Peña, para que la UNESCO los declare Patrimonio de la Humanidad, son uno más de los servicios que presta a Antequera, Bartolomé Ruiz, responsable en la actualidad del Conjunto Dolménico, en el que “puso orden” en la cantidad de planes que se destinaron a mejorar el recinto.
Y decimos “uno más”, porque supo atraer a Menga, a expertos reconocidos a nivel internacional y nacional, procedentes de importantes Universidades, que analizaron, valoraron, estudiaron y proclamaron la excepcionalidad de nuestros Dólmenes, recogidos en tratados cotizadísimos por su grandiosidad, aportación de datos desconocidos en muchos casos hasta entonces, y publicados con el lujo y los detalles, escritos y gráficos, que todo el mundo consideraba merecía.
No son Los Dólmenes, y aledaños, desde que en 1985 fuera encargado del primer proyecto de su musealización, los primeros puntos en los que Bartolomé Ruiz derrochó su pasión y entusiasmo por Antequera. Ya en los tiempos de Director General de Bienes Culturales, responsable de La Cartuja y otros cargos de la Junta de Andalucía, ayudó a cofradías y otras entidades en la restauración de imágenes y enseres, sin cuya colaboración hubiera sido difícil mantenerlos. Valga de ejemplo – y de muestra de su admiración por nuestra Semana Santa— la delicada restauración perfecta de la singular talla del Dulce Nombre de Jesús, impresionante Nazareno de la Archicofradía que lleva su nombre.
Por supuesto, en cada caso contó con el apoyo y la aprobación de sus jefes y colaboradores, pero cada uno de ellos no hizo sino no poder resistir los planteamientos de Bartolomé Ruiz, que no oculta – lo leímos en la prensa sevillana—que “Antequera fue mi referente en cuanto a la labor de conservación y difusión del Patrimonio que realizaba en contraste con mi visión de la capital de aquellos años, cuya política no era conservacionista”.
Y desde hace varios meses, podríamos decir que, junto al mantenimiento de “su” Conjunto Dolménico, dedica su vida a gestionar, con la persistencia que sólo da la pasión por lo que se hace, a andar, pasito a paso, los infinitos recovecos necesarios para lograr ese espaldarazo para el Conjunto Dolménico de Antequera “y su mirada”.
Y no olvidamos lo que dedica a otra institución venerable antequerana, su Real Academia de Nobles Artes, para la que, por citar un caso que resume muchas cosas, ha conseguido la cesión de tres bibliotecas de incalculable valor sentimental y documental, como las de Muñoz Rojas –que se la prometió en vida, hace unos años–, López Estrada y Antonio del Bello, lo que situará la Biblioteca de la Real Academia a alturas impensables para los estudiantes e investigadores de hoy y del futuro.
Visto todo ello, ¿no se ha ganado con creces que “su” Antequera le acoja haciéndole Hijo Adoptivo? Ahí queda nuestra propuesta sentida y de corazón, de simple justicia de quien conoce su pasión antequerana.