Quería ser libre y romper las cadenas que la unían a su monótona y triste existencia, pero la cobardía se lo impedía. En su interior se prometía que, algún día, se encontraría con ella misma, que de ella dependía que fuera el mejor momento o la más amarga de sus horas.
Tomaría una decisión, iría de voluntaria a alguna misión en África. Mandó una instancia a Dream África Cara Foundation, en Ghana, y en pocos días se encontró en medio de esa gran tierra.
Un guía la recogió del aeropuerto y la condujo a la aldea. Ya instalada en la pequeña habitación se percató de la situación y comenzó a llorar. Estaba lejos de su cómoda, aunque vacía, vida en España. Imaginaba que lo peor no sería el principio sino todo lo que estaba por venir.
Había salido de la tristeza de su hogar con cierta ilusión, esperanza y temor, no dejaba de pensar que los errores pasados condicionan el futuro. Su falta de tolerancia, egoísmo, la habían conducido a ese lugar. Ahí tenía la oportunidad de liberar su alma, dar para recibir.
Con ella solo estaban los misioneros voluntarios cuidando a los niños del pequeño pueblo africano. Sus familiares, amigos, y novio se encontraban a miles de kilómetros. En esa situación decidió rezar, el miedo la bloqueaba, aun le quedaban varios meses en el país.
Poco a poco su alma se fue sosegando pues los pequeños le aportaban la falta de alegría perdida. Se fue renovando al igual que una flor que va creciendo. Miraba atrás y veía lo que no quería perder: su tierra, su hogar, su familia y a su amor, deseaba que éste aun estuviera esperándola. Pronto regresaría llena de vida.