A la mujer que elegí, “deseaba ofrecerle por entero mi corazón sin darle su custodia, pues solamente a la mano de la Vida corresponde esta tarea…”
A nuestros hijos, que me regalaron un nuevo nombre. Inoculándome sin saberlo el miedo a no lograr tal desafío. Con él rellené, comprimiendo aún más el contenido de una mochila, que ya formaba parte de mí, la idea de convertir mi vida en su modelo de coherencia.
Etapa de laboriosidad y sacrificios. De inversión en seguridad material, que a menudo ahogaría la rebeldía del pasado con trajes de color gris. El abandono de los viajes iniciáticos, los radicalismos idealistas y la justificación de la mediocridad con un discurso conformista y moderado.
También supuso renunciar a ser perfecto ante las evidencias de la vida cotidiana. Sin embargo, el relajarme de mis propias exigencias, me permitió la apertura hacia fuera y el poder compartir de forma espontánea sentimientos sencillos. Experimenté una nueva sensación de acercamiento con el mundo, liberado de la creencia absoluta de que era muy especial. Las costuras de la mochila empezaban a ceder con el inexorable peso del tiempo y comprendí que tenía que aliviar su carga.
Dejaréis de llamarme y mi nombre se desvanecerá junto a vuestros recuerdos. Mi herencia habrá pasado a vosotros cargada de sombras y confío que también de algunas luces, que tendréis que gestionar con vuestro propio sentido común.
Para mi epitafio: ¡Qué dulce es morir después de haberme sentido vivo!