lunes 25 noviembre 2024
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Duelo de titanes

El reloj de pared del salón de la residencia señaló la hora convenida. Lo miró con incredulidad –creía que era más temprano–, se levantó del sillón donde había estado dormitando, cogió su sombrero y el bastón y salió rápidamente a la calle sin ni siquiera despedirse de los allí presentes.

Jamás había llegado tarde a una cita. Maldijo su suerte, sabía que le echaría en cara su falta de puntualidad. Atravesó la avenida principal a una velocidad impropia para su edad. Caminaba con el ceño fruncido, no por enfado sino por concentración. Ensimismado en sus pensamientos, no contestaba a los saludos de sus conciudadanos que gesticulaban cortésmente a su paso, sencillamente no veía a nadie. 

Había pospuesto su encuentro por un malestar pasajero que le había obligado a permanecer en cama. Aunque su rival le había recomendado reposo, ahora que se encontraba bien aprovecharía la ocasión para poner en duda la autenticidad de su indisposición, del malestar que le había ampliado en dos días el periodo de reflexión. Pero eso ya carecía de importancia, incluso su recién estrenada falta de puntualidad carecía de importancia. 
Las arrugas de su frente se suavizaron, apretó con fuerza el bastón y una mueca divertida surgió en su rostro mientras se imaginaba la cara del otro desencajada ante el golpe certero que estaba dispuesto a darle. Se paró delante de la puerta de su contrincante, miró al cielo y pidió perdón por su acceso de soberbia. Levantó el bastón y golpeo tres veces seguidas como era su costumbre. Desde dentro una voz enérgica le indicó que pasase, que la puerta estaba abierta. Una vez dentro, el recién llegado, sin mediar saludo alguno, le atizó con un: Caballo g4 a…
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