Todo ocurrió tan rápido que no supe qué hacer, me quedé en un estado en el que no podía conciliar el sueño. Lo intentaba, una vez tras otra, sin conseguirlo. Era tan grande el deseo de averiguar qué fue lo que pasó realmente que perdí el sueño por completo. Pensé que tomar algo, me podría ayudar. Un vaso de leche caliente, por ejemplo. Y con esa intención bajé a la cocina.
Pero mi sorpresa fue mayúscula, dado que allí quien estaba era mi señora, que al verme me dijo muy extrañada, “Pero bueno tú no te habías ido a dormir porque estabas muy cansado. Desde luego que no hay quien te entienda; después de casi dos horas, vuelves con una cara de no haber dormido nada de nada y con unas ojeras que te arrastran por el suelo. Lo que tienes que hacer es tomarte un vaso de leche caliente y te vuelves a dormir”. Esa era mi intención, repliqué un tanto confuso.
Al instante y de una manera instintiva se me fueron los ojos al reloj que se veía en el salón, a través de la puerta que estaba abierta y que sus manillas marcaban la una de la madrugada. Cuando volví a subir y entré en el dormitorio, comprobé que mi esposa estaba en la cama dormida y que el reloj marcaba las ocho de la mañana. No le quise dar más importancia. Yo sabía que nada me podía ocurrir porque todo era, como siempre, una pesadilla. ¿O no?
