El sol entra por las rendijas de la persiana; no le apetece levantarse pero aún menos llegar tarde a su cita con Eva, de modo que aparta las sábanas y se incorpora lentamente. Al mirarse en el espejo comprueba su mal aspecto; unas ojeras pronunciadas y una palidez que contrasta con el bronceado de las chicas en las fotos que cuelgan de las paredes de su dormitorio. Afortunadamente aún faltan dos horas; coge el maquillaje de su hermana, le ha visto hacerlo cientos de veces, no debe ser tan complicado; una base en un tono suave, algo de color por aquí, un poco más en las mejillas pero con mucha discreción; una sombra clara desde el lagrimal hasta las cejas, debajo de éstas y de los ojos, para realzarlos, para acabar con su hundimiento y ocultar las ojeras. Su propia hermana no lo hubiese hecho mejor.
El parque donde han quedado no está lejos, apenas unos cinco o seis minutos de su apartamento. Ahora un buen desayuno y a esperar que llegue la hora. Un zumo de naranja, un café solo bien cargado y un par de tostadas con aceite le proporcionarán la energía suficiente para pedirle dar un paso más en su relación.
No va a ser preciso, suena el timbre y allí está ella; lleva una maleta y una mochila. Cansada de esperar que se lo pida ha tomado la iniciativa, se viene a vivir con él. Una sonrisa bobalicona se abre paso en el rostro de Adán mientras observa como su chica, con la maleta abierta sobre la cama, va tomando posesión de los cajones superiores de su cómoda.