Las palabras se han convertido en cenizas de sonido, en remolino de oscuridad que arrastra tu cuerpo hacia el capitel. Mientras observo la lucha fútil, esos brazos que imploran apoyo, asirse a las palabras, otrora fieles conquistadoras de sueños e historias, sonrío. Sonrío al saber que una orden bastará para que tu destrucción se consuma. Pero no quiero precipitarme, siempre hemos compartido el gusto por el clímax.
Apartas algunas frases, signos de puntuación que se interponen en tu itinerario, obstáculos en la búsqueda de una salida. Pero todo es en vano. Intentas avanzar en la página, llegar hasta el último párrafo. Esfuerzo inútil en resultado, caos incendiario, triunfo que siento propio, exclusivo. Tanto empeño para terminar siendo aplastado por mi voz, contundente, emancipada, libre de errores pasados, de autores nefastos. De cobardes y leyes no escritas. De los que intentaron anteponer su rúbrica a la literatura.
Observo cómo te ahogas entre palabras en negrita, letras en caja alta, párrafos que retuercen muñecas, tobillos, y te hacen experimentar un dolor que creías inexistente; puntos suspensivos que se adueñan de tu aliento y te hacen saber, mientras tus ojos se cierran, que el fin está más cerca de lo que habías considerado.