El cuatro de julio es la festividad de un país joven, con sólo doscientos cuarenta y siete años de vida, desde 1776. Un país de acogida que, con su pujante juventud, nos ha dado pruebas de su hipertrofia en investigación y enseñanza, acompañada de no pocas atrofias y distrofias en servicios básicos, señaladas por algunos. Los Estados Unidos constituyen un ejemplo a examinar. Así debemos mirar cada cuatro de julio, y así he analizado personalmente tantos cuatro de julio desde aquel primer aniversario que quise celebrar a fondo en 1972; el tres de julio previo, durante muchas horas, presencié en Filadelfia uno de los desfiles más multitudinarios y emotivos de mi vida. Me dije desde aquel 4 de julio de 1972 que trataría de estar siempre en esas fechas en una de las dos ciudades clave de la independencia de los Estados Unidos, Boston o Filadelfia. Y así lo he hecho durante muchos años. Cuando no me ha sido posible vivir ese día en Boston o en Filadelfia, lo he hecho en otros estados, o he aceptado las invitaciones de amigos de la Embajada de los Estados Unidos en Madrid… Hay mucho que aprender ese día…
El cuatro de julio ha sido el día elegido para celebrar la creación de un país independiente, de nombre Estados Unidos de América. Ese día, las trece colonias ya existentes, decidieron hacer pública su independencia, creándose de esta forma el embrión de lo que iba a convertirse en un gran país, y se consideraron como fundadores de la nación americana varios nombres al mando de Thomas Jefferson, intelectual e importante miembro de la masonería, con sus ideas principales de libertad, igualdad y fraternidad, que los niños americanos repiten cada día al iniciar su curso en la escuela… A diferencia de la revolución francesa de 1789, cuyo modelo fue tomado de la guerra de independencia norteamericana, los niños que se educan en las escuelas de los Estados Unidos lo hacen recordando cada día esos principios de libertad, igualdad y fraternidad. Y estos principios son los que marcan cada cuatro de julio.
Mis “celebraciones” del 4 de julio son muy simples: en Boston recuerdo a los grandes nombres de la independencia americana, Benjamín Franklin, Thomas Jefferson, John Hancock, Samuel Adams, y Paul Revere (con su famosa cabalgada nocturna a Lexington y Concord, en 1775 -mezcla de realidad y leyenda-), entre otros. Me gusta asistir a la lectura de la Declaración de Independencia en Faneuil Hall, y hago, después, siempreel paseo a pie hasta el Granary Burying Ground, uno de los tres cementerios más antiguos de Boston, en el que se hayan enterrados, además de varios fundadores de la nación americana, cinco víctimas de la llamada Masacre de Boston,sucedida unos años antes, en 1770. Cuando cambio Boston por Filadelfia, suelo pasearme por las cercanías del Independence Hall. No puedo olvidar que allí se firmó la Declaración de Independencia, y años más tarde -en 1787- la Constitución de los Estados Unidos. En otros estados, me gusta estar muy atento a lo que la gente de este país de acogida siente sobre su actual país de “adopción”: se sienten americanos, sin más. Se sienten, sin más, como lo que yo dejé acuñado un día, miembros de un país que les ha acogido y en el que es más fácil hacer las cosas más y mejor que en otros.
Pidamos, pues, que este y otros cuatro de julio, sirvan para recordar esos lemas de libertad, igualdad y fraternidad. Deseemos que nuestros amigos americanos tengan presentes esas canciones que lo dicen todo, como God Bless America, o The Star-Spangled Banner, y que no olviden la palabra GOD, a pesar del origen masónico de la nación americana y de que las guerrasde exterminio indias se prolongaron más de un siglo después de que se hubiera establecido la nueva Constitución de los Estados Unidos de América.
