No sé si sería capaz de matar un elefante. En todo caso algunos mosquitos pesados que se acercan al verano buscando, al fin y al cabo, sobrevivir. Los paquidermos ¡qué culpa tienen! Ya sé que siempre ha habido caza mayor, ya lo estudiábamos, lo enseñábamos y nos quedamos tan frescos. Hasta que un buen día nos dijeron que se exterminaban indiscriminadamente especies en extinción, sólo por el mero capricho de abatirlos a tiros.
Un rey, el de España, que pide perdón por cazarlos y por hacerlo en tiempos de tornados económicos, en minutos y horas amargas para otra especie en peligro de depresión: la humana. ¿Conocen algún político que haya pedido perdón? Yo no. No discuto que sea lavado de imagen, lo que pregunto es bien sencillo ¿hay tanta soberbia acumulada en la clase dirigente que el perdón ante el pueblo agraviado por su, digamos mala cabeza, resulta una humillación fastidiosa?
Lo que sorprende es el acribillamiento de las mejoras sociales, aquéllas que se consiguieron con sangre, sudor y lágrimas. Un tiro y eliminadas. Ningún culpable, tal vez espejismos, locuras de algunos, gente que no sabe lo que quiere y hay que conducirlos por el callejón de los milagros, a ver si se produce alguno. Un país que cambia, un euro que abruma, que despoja de lo elemental a los hombres, a las mujeres, a los niños, a los jóvenes, a los jubilados a los que aguardan pacientes a que los operen de algo vital. Pero ahora hay otros que quieren explicaciones: voces que se elevan y molestan. Sí, algunos llevan rastas, otros tatuajes y otras tres pendientes en cada oreja y cerebro. Masa gris que les sirve para agitar, para pedir transparencia, lealtad, verdad, que exigen igualdad. Nadadores de aguas profundas que buscan emerger de estos remolinos que ocultan el verdadero rostro de la hipocresía.
Sin balas de fogueo, ni pistolas de agua, dignidad, respeto, deberes ni derechos.
