No fue plato de buen gusto el recibimiento que se le hizo a Zapatero el día de la Fiesta Nacional. El desacuerdo y la disconformidad con quien rige nuestro país, no puede ser un canto a la intolerancia, y menos, una falta de tacto y afecto con algunos de los presentes en la ceremonia que honraban a sus víctimas. Hay otros caminos para acabar con este gobierno que empieza a pesar como una losa de enormes dimensiones. El más corto de todos es el que llega a los catalanes el próximo mes, ahí tienen la oportunidad de manifestar lo que les apetezca o lo que más le interese que muchas veces estos deseos no van cogidos de la misma mano.
Y en primavera hay una magnífica ocasión para dejar de lado lo que no nos gusta y tratar de luchar por defender nuestro compromiso político yendo a votar todos a las urnas municipales.
Se puede cambiar, pero hay que tener ganas de hacerlo, no basta con vociferar en la calle, y sí utilizar todos los resortes que la democracia nos ofrece. Opinamos con frecuencia de lo que va mal, y hacemos poco por dar a conocer nuestro criterio. Cierto que el temperamento latino no es tan pragmático como el anglosajón, en aquellos lares se vota el programa del candidato y el que mete la pata o miente va a la calle como un plato de agua. Aquí tenemos más complejo de equipo de fútbol, forofos del partido con el que nos identificamos, vaya bien o mal, somos poco serios y consentimos las barbaridades más grandes que se puedan hacer. Un buen ejemplo es el caso Malaya, nadie es culpable, todos se van asentando o refugiando en otros y se confiesan engañados. ¿Y cuando disponían de tanto dinero para caprichos y robaban a manos llenas? La justicia debía ser más que justa y hacerles devolver cada uno de los euros robados es la única forma de dar un poco de escarmiento a tanto abuso que desde el puesto político se ha hecho.