Si fuera un año normal estaríamos a las puertas de la feria. Pero 2020 ha decidido ser distinto, para bien o para mal, desea que se hable de él por mucho tiempo, y ha querido transformar el panorama de verano. Ni huele a feria, ni en el horizonte se dibuja el más mínimo detalle que pudiera conducirnos a esa ilusión. Era el broche a la diversión estival, el cierre a una estación bien recibida, olores a nardos y jazmines, rivalizando por alargar la noche, y planes de vacaciones.
Aunque nos acechan las incógnitas e invaden la sensación por la que intentamos pasar de puntillas, hemos tenido oportunidades para retomar la vida tan placentera que teníamos hasta mediados de marzo. Cultura ha dado de sí lo suyo. La animación de estos pasados fines de semana, de músicas y lugares distintos, ha esparcido notas libres, melancólicas y soñadoras. Pero la amalgama de sentimientos que expresa el flamenco, hace imposible encontrar un rival. Preciosas noches, con detalles muy cuidados para que el público tuviera la garantía de disfrutar del espectáculo. Y una actitud muy elogiable, entradas por orden de llegada. Se evidencia que el favoritismo se siente muy mayor y quiere retirarse.
Pero andamos muy sobresaltados, a pesar de que el consumo de café, en lo que a bares se refiere, anda disminuido, las noticias nos acaloran más que las temperaturas.
La apertura de Carrefour, en domingo, dejó unos calificativos que no deben ser tolerables. A nadie, incluso teniendo potestad para otorgar un permiso. Todo no puede andar farragoso por mucho empeño que ponga algunos en mantener un pulso, constante y arriesgado, con quienes no piensan como ellos. Menosprecios e insultos se alternan sin tregua. Llamar la atención como sea, urge hacer hueco al ruido, lo que quizá no tengamos muy claro es si solo se quiere vociferar o buscar acomodo para tratar de imponer otro régimen. Arrebatar el sitio y los privilegios es lo que ofrece pocas dudas.