domingo 24 noviembre 2024
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Adiós a Paz Muñoz Passaro

Muy poco antes de las festividades de los Santos y de los Difuntos, hemos dicho adiós a una mujer que muchos antequeranos no llegaron a conocer y que por tanto no podrán recordar: Paz Muñoz Passaro. Sin embargo, Paz Muñoz Passaro estuvo muy vinculada, por motivos familiares y profesionales, a este periódico tan enraizado en la costumbre de los antequeranos, El Sol de Antequera, que está muy cerca  de cumplir los cien años de existencia. Casi tantos como El Sol… tenía Paz, que también había cumplido ya más de  noventa años. Hija, quizá la menor de ellas, de Francisco Javier Muñoz Pérez, fundador del periódico, era hermana de padre de José Muñoz Burgos, tanto tiempo su director y su dueño.

Pertenecía al heroico grupo de los que componían El Sol en la etapa de la posguerra, que se prolongó hasta entrada la década de los setenta, en que se produjo la muerte de su hermano José, el director, en la imprenta que con orgullo ostentaba un nombre, El Siglo XX, otrora expresivo del colmo de la modernidad, y que hoy casi se le reconoce cuando con verdad le llamamos el siglo pasado. Salen a relucir al conjuro de su nombre aquel José Cabello, siempre con un gesto de bondad, siempre con los labios entreabiertos en una sonrisa,  a través de su mirada de ojos cleros, que tenía un hermano que era el hombre más  alto de Antequera y de muchas leguas a la redonda, que podía haber sido muy bien en este tiempo jugador de baloncesto en un equipo de campanillas, pero que en aquel tiempo se hizo músico de la banda municipal, y en ella tocaba un instrumento de viento tan grande que no podía transportar y sostener nadie más que él, un trombón o una tuba, o yo qué sé; y Francisco Illázquez, cuyo apellido tenía resonancias a un tiempo vascas y castellanas, pero que todo el mundo conocía como “Málaga”, no sé si porque era de  la capital andaluza y así se esquivaba llamarle por su intrincado apellido minado de zetas. Completaba el trío la eficiente Paz Muñoz, que ahora se nos ha ido, aunque luego vinieran también a aportar su trabajo en la confección de nuestro semanario Antonio Alcalá y Juan Galán, que entraron de aprendices y se hicieron avezados operarios impresores.

Paz Muñoz Passaro era un prodigio de rapidez y eficacia en su labor de cajista, componiendo y descomponiendo textos destinados al periódico. Con el motivo de cualquier artículo mío pendiente de publicación, o, simplemente, por el puro placer de respirar el ambiente de una imprenta, gusto superior para quien como yo es un vicioso de la lectura, me fijaba con mucha atención en las manos ágiles de Paz, en la mano izquierda una regleta y con su mano derecha un  incesante ir y venir de sus dedos pinzando los tipos de los cajetines. Luego, al descomponer, sacados y a la vista todos los cajetines,  volvía a pinzar las letras, y volaban, mayúsculas y minúsculas aparte, sin la menor vacilación ni error,  cada una de ellas al respectivo cajetín abierto. 

Cuando, después de la muerte de José Muñoz Burgos, yo asumí funciones de director, ayudado del infatigable Ángel  Guerrero, que ha continuado la tarea de llevar el timón de El Sol…  con tenacidad y entusiasmo, ya Paz Muñoz se había jubilado. Alcalá y Galán eran entonces nuestros compañeros de fatigas en la empresa de que continuara, en beneficio de Antequera, la publicación del semanario.

Pasó a la historia aquella minerva, tantas veces remendada, que durante tanto tiempo efectuó su labor impresora, y que tantas veces figuró retratada en sus páginas, como el símbolo supremo –tesón y laboriosidad– de todos los que componían el periódico. Desapareció el local de la imprenta donde se confeccionaba el semanario, que tenía las huellas de aquella guerra civil que hubo en España. La misma  imprenta fue desguazada. Murieron aquel Cabello de la sempiterna sonrisa y aquel Málaga del difícil apellido. Murió el hombre tesonero y soñador que fue su Director, José Muñoz Burgos. Se ausentaron de este mundo Antonio Alcalá y Juan Galán, aquellos aprendices que llegaron a ser maestros. Se nos fue hasta el mismo siglo XX por el portillo que lleva al pretérito. Ahora desaparece la última representante de aquel grupo heroico de personas adscritas a la antigua imprenta: aquella Paz Muñoz Passaro, de las manos veloces y ágiles.

Sigue sólo El Sol de Antequera, saliendo por donde suele, acudiendo a la cita a la que le convocó, primero, el Infante Don Fernando, y, siglos adelante, Francisco Javier Muñoz Pérez y tenaces y diestros miembros de su familia.
 
JUAN ALCAIDE DE LA VEGA
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