Ella aborrece la necedad de las masas como Marguerite Duras, pero allí está, delante de aquel circo de colores de maquillajes, bluses, sombras de ojos, cepillos pinceles, maquilladores, secadores , planchas del pelo fotógrafos, sotfbox y cámaras que capturan no lo que ella es, si no lo que finge ser para la campaña de Otoño. Cada estación tiene sus colorido ahora los tonos de su cara son ocres y le han dado unos reflejos castaños en el pelo que luce delante de un fondo de hojas secas.
El pasado verano todo era azul mar, azul cielo, azul pareo, azul ginebra con hielo, en fin todo con un toque marinero en el que no faltan las luces de un faro fingido o las rayas de una toalla digital. En invierno el set se convierte en una montaña nevada o en un árbol de navidad sin sonido de campanillas, abrigos de piel artificial o chaquetas de cuadros escoceses y largas medias en sus piernas infinitas, que comienzan con miradas indiferentes, rutinarias y terminan en sus ojos entornados por el frío que imagina. Y Ella posa, posa siempre. En primavera rodeada de flores que no huelen, porque con el croma verde ya las basta, luego les añadirán las rosas, los jazmines o las camelias. Nada se percibe real. Lo que Ella no sabe, es que cuando su rostro y su mirada aparezca en la revistas, otra mujer cogerá sus pinceles de acuarela, llenara los recipientes de agua limpia y ordenara de manera caótica las pinturas que siempre están rodeadas de papel de cocina o de clínex por si algo se derrama, por si la emoción de pintar se desborda. Trazará en el papel Canson el contorno de su rostro y pondrá exclusivo atractivo en su mirada, ya sea intensa o melancólica, sensual o fría, pero esta extraordinaria transformación, a través de pinceles mojados sonará más natural, más auténtica, que la otra realidad en la que ella vive un conato diario de coartadas mediáticas.