Hace más de diez años, un hermoso día de primavera, observé que mi cuerpo había experimentado un cambio que levantó mis sospechas. La confirmación no tardó en llegar. Mi cuerpo hacía aguas, y la intervención quirúrgica venía con sello de urgente. Y, aunque mi valentía es tan exigua que no cabe en el puño; nunca me quise hacer preguntas amargas, ni mucho menos estériles. Pero no me resigné, luché con todas mis fuerzas y sabía, que antes o después, la felicidad volvería a formar parte de mi vida. Creyente, soñadora y mucho coraje, aún en los momentos que la esperanza se desvanecía.
Tuve la inmensa suerte de contar a mi alrededor con las armas más eficaces. El cirujano, que extirpó el mal, me dio unos ánimos enormes con una simplicidad pasmosa y supe vencer casi todos mis miedos. El excepcional trato de las oncólogas que han seguido mi proceso con una eficiencia y amabilidad fuera de toda duda. El grupo de la quimio, desde el primero hasta la auxiliar, ofreciendo cuidados y afecto. Bordan la empatía, tratan de ponerse en el lugar del enfermo y el trato es familiar y cariñoso. Muchos rezos y palabras de apoyo. Este cóctel de tratamiento, emociones y oraciones; obraron el milagro de mi pronta recuperación.
Las vías dañadas por las que iba el mal extendiéndose a la velocidad del rayo, comenzaron a recuperarse. Y al día de hoy, he decir con honestidad que no sólo sanó mi cuerpo, también mi persona sufrió cambios para mejor.Acabamos de celebrar el día del cáncer de mama. Me gustaría decir a todas las mujeres que acaban de formar parte del emotivo club del lazo rosa, que no pierdan el tiempo en lamentarse o hacerse preguntas inútiles. No cabe la desesperación.
Hay que poner en marcha toda la fortaleza para conseguir la curación. Somos dueñas de nuestra libertad y podemos emplearla para recrearnos en el dolor o combatirlo. Y el reconocimiento a ese equipo humano de voluntariado que tiene la AACC en nuestra ciudad, que tanto se desvive por apoyar a los enfermas. Los lazos rosas se mantendrán muy fuertes y unidos.