Tenía ganas de escribir y dejar escapar los cientos de sinsentidos que durante este verano se han sucedido por un lado y por otro, ya sea de coronavirus o no.
Pero lo cierto es que mi hartazgo ha llegado a tal nivel, que ni ganas de verter letras sobre ello tengo, es más, me encantaría vivir lejana a todo el ruido mediático que existe, pero mi profesión –que me encanta– no me lo permite.
Como la Cultura es algo que me apasiona, tengo que alabar sin más rodeo al Festival de Málaga. El cine no pasa por su mejor momento, y más que nunca han realizado un enorme ejercicio de responsabilidad con este arte, con la Cultura, poniendo en marcha el mismo cuando todos los indicativos marcaban que se debía hacer lo contrario.
Qué imprescindible es saber mirar a los gestores culturales en estos momentos y querer apostar cuando nadie lo hace, por lo que tiene que tener su sitio sí o sí en nuestra sociedad.
Me he conectado varias veces esta semana a los directos que han realizado, ya fuera en vivo, o en diferido. Qué importante transmitir al mundo que si de verdad se quiere, se logran las cosas.
Este Festival que alcanza su vigésimo tercera edición, se merece el reconocimiento de todos; nos guste más o menos el cine, porque es de valientes haber dado el paso al frente y celebrarse. Las medidas de seguridad se han cumplido, la higiene también y los actores, directores, guionistas, productores, periodistas, técnicos, gestores, público agradecen que todo intente ser como siempre.
La normalidad, esa palabra que se ha impuesto en nuestra vida, no es otra cosa que el hacer tu día a día como siempre. Y en cotidianidad y la de mucha gente, el cine es esencial.
Así que al César lo que es del César: ¡Gracias Málaga por dar ese impulso tan esencial a la Cultura!