Desde mi punto de vista, la quintaesencia del entendimiento de la ciudad como mero tablero de juego comercial neoliberal, masificado y hortera es lo que, desgraciadamente, se está imponiendo como tradición en Calle Larios.
Una interminable bóveda apuntada, conformada por leds, acoge recreaciones de rosetones y ventanas ojivadas generando una forma continua y monótona que hace honor a la nada andaluza arquitectura gótica, con voluntad no de engalanar, como antaño, sino de disfrazar y enmascarar el espacio público de algo extraño y kitsch.
El horror máximo tiene lugar cuando, dos veces al día, atruena en toda la larga calle música foránea a cuyo ritmo las luces se encienden y apagan en armonía simplona e increíblemente burda ofreciendo un espectáculo que consiste en ver leds encenderse y apagarse acompasada y sincopadamente con melodías de película rancia de sobremesa navideña, incluso, con algunas letras cantadas en inglés.
Hasta los comerciantes se quejaron el año pasado porque tales aglomeraciones les perjudicaban en las ventas. De este modo, lo único llamativo puede ser las enormes dimensiones de este bobo tinglado.
Increíble que, con las necesidades y carencias que tenemos, no se produzcan quejas formales y enérgicas contra el enorme gasto de dinero público que supone este despropósito irracional que llega a cortar calles dadas las aglomeraciones que genera y que, por lo visto, parece ser la tendencia para años futuros. Alucino.