Día del Corpus… día del amor fraterno… día de la caridad bien entendida… día de procesión… celebramos algo extraordinario: “El amor infinito que Dios nos tiene a todos los hombres”. Por eso debemos de alegrarnos, por eso debemos de festejar que ese Dios hecho hombre por nosotros, merece recorrer nuestras calles, pasar por nuestras puertas, ser vitoreado desde nuestros balcones… es el mismo que se dio cuenta un día que toda aquella muchedumbre de personas estaban hambrientas.
Por eso quiso quedarse en la Eucaristía para siempre en nuestras comunidades. ¡Gran similitud entre la Eucaristía y la multiplicación de los panes!Nosotros hablamos de «misa» o de «Eucaristía». Pero los primeros cristianos la llamaban «la cena del Señor» o incluso «la mesa del Señor». Tenían todavía muy presente que celebrar la Eucaristía no es sino actualizar la cena que Jesús compartió con sus discípulos la víspera de su ejecución. Pero, como nos dicen los teólogos, aquella «última cena» fue solamente la última de una larga cadena de comidas y cenas que Jesús acostumbraba celebrar con toda clase de gentes.Las comidas tenían entre los judíos un carácter sagrado que a nosotros hoy se nos escapa. Para el pensamiento judío el alimento viene de Dios.
Por eso, la mejor manera de tomarlo es sentarse a la mesa en actitud de acción de gracias y compartiendo el pan y el vino como hermanos. La comida no era sólo para alimentarse, sino el momento mejor para sentirse todos unidos y en comunión con Dios, sobre todo el día sagrado del sábado en que se comía, se cantaba, se escuchaba la Palabra de Dios y se disfrutaba de una larga sobremesa.Por eso, los judíos no se sentaban a la mesa con cualquiera. No se come con extraños o desconocidos. Menos aún, con pecadores, impuros o gente despreciable.
¿Cómo compartir el pan, la amistad y la oración con quienes viven lejos de la amistad de Dios? La actuación de Jesús resultó sorprendente y escandalosa. Jesús no seleccionaba a sus comensales. Se sentaba a la mesa con publicanos, dejaba que se le acercaran las prostitutas, comía con gente impura y marginada, excluida de la Alianza con Dios. Los acogía no como moralista sino como amigo. Su mesa estaba abierta a todos, sin excluir a nadie. Su mensaje era claro: todos tienen un lugar en el corazón de Dios. Por eso la multiplicación de los panes no se habla en ella más que de una gran multitud necesitada ”Después de veinte siglos de cristianismo, la Eucaristía puede parecer hoy una celebración piadosa reservada sólo a personas ejemplares y virtuosas. Parece que se han de acercar a comulgar con Cristo quienes se sientan dignos de recibirlo con alma pura. Sin embargo, la «mesa del Señor» está abierta a todos como siempre. Igual que en aquel descampado de las la multiplicación.
La Eucaristía es para personas abatidas y humilladas que anhelan paz y respiro; para pecadores que buscan perdón y consuelo; para gentes que viven con el corazón roto hambreando amor y amistad. Jesús no viene al altar para los justos, sino para los pecadores; no se ofrece a los sanos, sino a los enfermos. Jesús viene también a los niños, a aquellos que eran reclamados por él… “dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis…”. Por eso en este día vestimos nuestros niños de Primera Comunión y se convierten conjuntamente con la Custodia en los protagonistas de nuestras prosecuciones.