Ha tenido que venir el científico don Antonio Alcaide para contarnos en una extensa y amena entrevista, que el bichito que nos ha puesto la vida patas arriba y nos lleva quitando el sueño, largos meses, que la única forma de poder controlarlo es a través de la ciencia.
Y siguen los políticos, añadiéndonos dolor de cabeza, con unas decisiones desatinadas e infantiles que parecen querer jugar con la ciudadanía. Qué poder le puede asistir a un político para decidir si es conveniente o no el uso de la mascarilla. Ganarse un puñado de votos de un público joven, caprichoso e inconsciente, que siempre manifiesta una dudosa fiabilidad; no parece una razón de peso, y menos, con los índices de contagios aumentando de una manera preocupante.
Balones fuera. La vicepresidenta Carmen Calvo, lo ha dejado claro esta semana en su visita a nuestra provincia: las comunidades tienen, recursos y armas, suficientes para actuar. Y el Gobierno de la nación ¿qué tiene? Aparte de alentar a quitarnos las mascarillas, cuando no existe razonamiento lógico que lo haga conveniente ¿andan guardando votos en la despensa para que les permitan alimentarse algunos años más? O simplemente se trate de que ya estén demasiados escasos y tengan que volver a ilusionar con lo que sea y a quienes sea.
Es fácil con los jóvenes si les abres todas las puertas de la libertad. Y encima, tienen la desfachatez de contarnos que no hay muchas presión en los hospitales y la muertes son pocas. Una sola muerte, es un fracaso si se podría haber evitado con medidas coherentes, ordenadas y reguladas. La normalidad no nos puede llegar haciendo la vista gorda y la huída hacia adelante. Lo que sí hemos averiguado, un poco tarde, que no importamos lo más mínimo, lo único que nos ha quedado es una papeleta para ponerla en la urna cuando a cada político de turno, le dé la real gana de convocarnos.