Me refiero al Estudiantes, equipo de baloncesto de aquellos lejanos años, finales de los 1950, espejo donde mirarse y aprender baloncesto del bueno. Existía por la misma época el Juventud de Badalona, otro gran equipo de baloncesto del cual aprender. Coincidió aquel Estudiantes con mi período de 5- 6 años dedicados a mis estudios y trabajos de mi primer doctorado en Bioquímica en el CSIC (Instituto “Alonso Barba” del Consejo Superior de Investigaciones Científicas), y mis frugales desayunos en el famoso Bar del Instituto de Óptica, desde el que se presenciaba el famoso Instituto Ramiro de Maeztu, cuna del Estudiantes. No tuve igual suerte en París, donde me sumergí en mi segundo doctorado en Bioquímica, éste el famoso –y casi inasequible para un NO francés– Doctorado de Estado.
No tenía afición ni conocimientos del baloncesto. Lo descubrí en Madrid de la mano de mis dos buenos amigos y compañeros de laboratorio, los hermanos Armando y Salvador Vega. Ellos me iniciaron a este nuevo deporte (nuevo para mí) y con ellos di mis primeros pasos conociendo a los Martínez Arroyo, Herrero, Ramos, Mimoun, Sagi-Vela… ¡Qué gran baloncesto se puso a mi alcance! Y ¡qué gran baloncesto se hacía en aquel campo, al descubierto, llamado Nevera!… Allí empezamos a ver juagar a los jugadores altos que exhibía el Madrid; recuerdo que los dos primeros fueron los llamados Burgess y Lluick, el primero de ellos, con una forma muy original de tirar las personales: de abajo arriba. El Madrid quería enseñar a España que hacía falta altura en nuestros equipos de baloncesto. El tiempo nos enseñó que no era solo altura lo que necesitábamos: hacía falta altura y juego…
Y pasaron mis años del doctorado español en el CSIC aprendiendo baloncesto del bueno en la Nevera, antes de ser convertido este campo descubierto y helador en un palacio de deportes en el que jugaba el Estudiantes. Así viví mis casi 10 años de mi segundo doctorado en Bioquímica: con mi recuerdo imborrable de aquella Nevera y de aquellos jugadores de los que tanto aprendí. Nada fue igual desde entonces. Conservé mi carnet del Estudiantes, pero sus partidos empezaron a jugarse en la cancha del palacio de los Deportes de Madrid. Nada fue igual.
Al final, recuerdo algunos partidos a los que asistí en la cancha cubierta del Ramiro de Maeztu: todo fue distinto. La única ilusión vino de mi hija Pilar que se reincorporó al Estudiantes femenino que comenzaba a formarse entonces. Si, viví con gran ilusión lo que una jugadora de pequeña estatura, grandes conocimientos adquiridos en South Saint Paul (Minnesota, usa) y gran convencimiento en luchar con los equipos femeninos que se iban formando. En ese contexto conoció Pilar a fondo a María Contreras, excelente pívot y a Arancha, gran alero. Fue un gran equipo del que nos salimos todos cuando descubrimos las apetencias dinerarias de algunos y algunas…
Luego comenzó el período de los estudios de tesis doctoral de Pilar, y su incorporación a algún equipo de fútbol-sala y fútbol, demostrando de esa forma,que la ilusión de alguien que ama el deporte no se acaba con un juego frustrado de baloncesto. Pilar, encuadrada en el equipo de fútbol femenino del Atlético de Madrid, llegó a ser Campeona de España, con el regocijo de Jesús Gil y Gil, antes de su fallecimiento, quien llegó a decirme en la cancha de fútbol que tenía asignada su equipo en Majadahonda: “vengo a ver y animar este equipo femenino porque es el único que me da alegrías”.