Caminaba solo. Siempre deambulaba consigo mismo cuando quería detenerse en el discurrir diario de su vieja ciudad hasta no pensar en nada. En la terraza de un bar, la televisión recordaba que la inflación superaba los dos dígitos y luego ya, la irremediable cadena de noticias de guerra, granos y combustible deficitario en una sociedad que parecía maldecida en sus convicciones.
Pensar en nada, como si los pensamientos rumiantes no fueran algo del hombre de este siglo. Caminar con pausas y saludar a conocidos, sin tertulia, como a él le gustaba. Pero siempre, llegar a la singular plaza que con su fuente renacentista le dejaba ver por fin ese tramo preferido para dejar en blanco su mente por minutos. Y sentir todo, sin detenerse en analizar nada. Subir por la Cuesta de San Judas le hacía percibir lo mismo que quienes se despojan de ropa para que un recién llegado sol liberado de nubes brillara en su piel. Cada paso le despojaba de la realidad urbana hasta introducirlo en viejas historias, como la de esa calle, tan amiga de las Barbacanas en las que aparecía el clérigo Salvador Ruiz de Clara intentando conseguir sufragar los gastos de la desaparecida ermita-capilla dedicada a su adorado y benefactor apóstol Judas Tadeo, el más recomendado en los casos difíciles de resolver. Luego ya, el inmenso mirador seguido de los trescientos sesenta grados, el giro del extraño deleite que tanto alimentaba a sus ojos y a su paz interior. Apoyaba sus brazos, aunque su mente quería despegar para sobrevolar la bella ciudad. Pensar en nada, pero cuánto le gustaba recordar el viejo consejo de su padre que, sin conocer a su admirada Hellen Keller, coincidían en decir que las cosas más bellas de la vida solo pueden tocarse con el corazón.
Y fue el corazón, el que forjó la historia de amor que acompaña siempre a la majestuosa Peña que flanquea por su derecha aquel incomparable sitio. Y tras ese renacentista momento, al pie delmágico Arcotatuado por improntas de la vieja Roma, rememoraba también a Leonardo porque escribió que “seguir aprendiendo nunca produce cansancio en la mente”. Pensaba que ojalá sus años venideros reconfortasen y protegiesen sus piernas para seguir sintiendo del mismo modo al volver a su amada Antequera.