Hoy no quiero escribir de políticos o política; esto, en el verano al menos, se lo dejo a los expertos que hay muchos y muy buenos.
Yo sólo tengo sueños de espumas blancas, de juegos de palabras, de emociones de guitarras al anochecer, de poesía llorada por las riveras de la vida, o de horizontes iluminados de barcos pesqueros que en las tinieblas húmedas encuentran las escamas perfectas y los olores salados intensos, que ningún perfumista ha logrado crear.
He comprado un ancla llena de herrumbre en donde depositar lo vivido y varar lo que estoy viviendo. La vida me ha enseñado muchas cosas y una de ellas, la más importante, es a ser feliz, a descubrir sonidos de gaitas donde deberían sonar pianos de cola o cantos de aves exóticas donde debería oírse a un tenor agitando una coctelera de arias, solos y ausencias; alegrías donde debería haber cataratas de miedo, lágrimas o desgarros.
A veces tengo que darle un empujoncito al bolígrafo para que escriba sobre el papel que tengo delante, salvo que cambio boli por teclado y papel por pantalla.
En medio de este estío me gustaría que lloviera, pero por más que lo intento no lo consigo; aún así he conseguido levantar un viento alegre y nocturno que refresca el ambiente y estimula mi escritura. Los deseos a veces se cumplen y otras… pues hay que perseguirlos hasta que se realicen. También aprendí esto.
A veces en verano recorremos distancias infinitas que te señalan metas volantes con un giro de muñeca. Llegan extranjeros. Bajo la sombrilla de rayas rojas y blancas, oigo lenguas distintas y pienso cuánto me llevaría aprenderlas para intuir. Pero el lenguaje de la playa es comprensible con gestos simples. Bañador, toallas, calor…agua!!
Cristalino anda el mar esta semana. No he resistido la tentación, me he llevado el móvil a su interior y he recogido en varias fotos rápidas el espejo inmenso lleno de eternidad e interrogantes cálidos de esta parte del Mediterráneo de la que disfruto intensamente.